Itongadol.- (Por Yaakov Hagoel – The Jerusalem Post) En los últimos años, la tecnología de los hologramas y la inteligencia artificial fueron capaces de crear imágenes de personas que ya no están con nosotros que pueden hablar con sus voces originales, casi como una resurrección. Me pregunto qué pasaría si resucitáramos a Theodor Herzl hoy, exactamente 119 años después de su fallecimiento.
¿Qué pasaría si Herzl bajara del Monte Herzl, diera una vuelta por Jerusalem y subiera al estrado de la Knesset -el Parlamento israelí? ¿Qué diría?
Si repasamos una lista rápida de los principios del sionismo político de Herzl, leeremos: «Si se nos da la soberanía sobre una tierra en la tierra, nosotros mismos proveeremos todo lo demás».
Es decir, tenemos un hogar nacional para el pueblo judío. Vinimos a Israel para construir y ser construidos, e incluso para exportar, vender y hacer adquisiciones. Por lo tanto, Herzl debería estar satisfecho de nuestro éxito tecnológico, aunque la mayor parte del pueblo judío aún no esté en Israel y aún no hayamos creado la sociedad ejemplar que él imaginó.
Sin embargo, Zev Jabotinsky, el líder sionista revisionista, podría tener mucho que decirnos hoy en día. Cuando habló en la convención de la Nueva Organización Sionista en Viena en 1935, no se contentó solamente con la solución política de Herzl.
Jabotinsky redefinió el objetivo y lo llamó «Zionut romema», o «sionismo elevado». Esto significa que el establecimiento del Estado judío es el primer paso de un gran plan, al que le seguirá un segundo paso, que es el éxodo moderno de todo el pueblo judío, es decir, el cese completo del exilio. El tercer y último paso es la creación de una cultura nacional, que brillará como una luz sobre el mundo entero, como está escrito: «Porque de Sión saldrá la Torá».
En esta brecha entre el satisfecho Herzl y el expectante Jabotinsky, me pregunto en qué punto nos encontramos hoy. ¿Qué completará el cuadro sionista? Porque seamos sinceros: el panorama está incompleto. Hay al menos algunos retos dramáticos y centrales que debemos y estamos obligados a afrontar con urgencia.
Se puede decir con orgullo que 2022 fue un año récord para la aliá -inmigración- en las últimas dos décadas. Tras el estallido de la pandemia de coronavirus y la guerra en Ucrania, decenas de miles de olim -inmigrantes- se trasladaron a Israel. Pero la aliá es sólo una pequeña parte de la historia sionista. Ya pasamos por varias operaciones de aliá para comprender que, a la luz de la historia, no hay aliá sin integración.
Nuestro país debe mejorar su capacidad de acomodar, aceptar, integrar y encontrar un lugar cultural, social y ocupacional adecuado para todos sus inmigrantes. Los recién llegados se encuentran con continuas dificultades burocráticas, por no hablar de la falta de apoyo de nosotros, los veteranos, a los que hay que animar a absorber la aliá.
No es ningún secreto que el antisemitismo sigue creciendo y alcanzó graves proporciones: tiroteos en sinagogas, incitación en los medios de comunicación contra el Estado de Israel y llamamientos al boicot.
Hace unos meses, una estudiante de una universidad estadounidense me dijo que había tenido que quitar la mezuzá -pergamino que tiene escrito dos versículos de la Torá- de su dormitorio por miedo a los ataques antisemitas. Y no sólo ocurre en las universidades. En Estados Unidos, los jóvenes judíos rebajan su perfil judeo-sionista para mantener el estatus social ante sus amigos no judíos. Los últimos datos indican que el 60% de los jóvenes judíos del mundo se están asimilando.
Y al final, también tenemos la responsabilidad de reforzar la identidad judía, porque la Torá, no sólo en el sentido religioso, sino como nuestra identidad judía amplia, profunda y arraigada, no procede exclusivamente de Sión.
Muchas escuelas judías de todo el mundo ya no enseñan hebreo. El alejamiento de las fuentes de la cultura es cada vez mayor, y el judaísmo como identidad está perdiendo reconocimiento. Todo esto, mientras en el mundo el número de judíos no aumentó y tampoco alcanzamos las mismas cifras que teníamos antes de la Segunda Guerra Mundial.
Así que tal vez Herzl se hubiera quedado impresionado por el Estado que establecimos y tal vez Jabotinsky tendría muchas quejas, pero en la Organización Sionista Mundial sabemos que el trabajo está lejos de haber terminado. Por eso estamos enviando a 300 profesores israelíes como shlijim -emisarios- por todo el mundo, luchando contra el antisemitismo como si fuera una pandemia y buscando ser la última «aplicación esencial» de los nuevos olim.
Por eso estamos aquí, 119 años después de que Herzl falleciera y dejara en nosotros su visión y su plan de acción para todos nosotros.