El cineasta recibe críticas dispares por la obra teatral A second hand memory,un drama ambientado en el Brooklyn de los 50 que Allen presenta en un pequeño teatro de Manhattan
Por segunda vez en dos años, Woody Allen ha trasladado los temas obsesivos de su cine -la infidelidad, las trampas sentimentales y la culpabilidad- a un pequeño teatro en una reconvertida iglesia neogótica del barrio de Chelsea en Manhattan.
Un año después de dirigir la comedia en dos actos Writer´s Block,Allen acaba de estrenar la tragedia familiar A second hand memory (Una memoria de segunda mano). El trágico es un género que siempre le ha resultado complicado, tal comos e vio en el bergmaniano Interiores y otros dramas del cineasta. Pero en la producción del Atlantic Theater Company, Allen no sigue a Bergman, sino a Arthur Miller.
En realidad, A second hand memory -escrita y dirigida por Allen- es una obra retro no sólo ambientada en los años 50, sino estéticamente una réplica de una pieza de aquella época. Al igual que Muerte de un viajante de Miller, acontece en Brooklyn, y el argumento se centra en las relaciones claustrofóbicas y los sueños rotos de una familia de clase media judía que sufre apuros económicos y tensiones emocionales. El sello de Miller se ve en la atormentada relación entre el padre, Lou Wolfe, interpretado por Dominic Chianese -Uncle Junior en la teleserie Los Soprano-,y su hijo Eddie, el típico antihéroe de Allen. El padre deposita todas sus esperanzas en su único hijo varón, lo que da lugar a una presión sentimental que, inevitablemente, explota. La narradora es la hija bohemia, que repite una consigna que vale para la obra de Miller tanto como para la de Allen: «Has creado tu propia trampa; ahora sal de ella».
A veces, sin embargo, la nostalgia característica de Allen se sobrepone a la nostalgia de Miller, en las constantes referencias a tiempos pasados y valores más seguros, al repollo relleno del barrio judío de Brooklyn, y en las partidas de peanuckle -un juego de cartas- mientras se escucha la retransmisión de béisbol en el stoop -la escalera exterior de las casas neoyorquinas-. Si fuera una película, «sería de color sepia», ha ironizado la revista Time Out.
En un momento de su carrera en el cual la critica no le perdona nada, Allen parece preferir la discreción del Atlantic -el teatro más off Broadway de Manhattan, escondido en una calle residencial- a las luces de neón del distrito del teatro. «Allen durante los últimos años ha escrito de forma defensiva», afirma el New Yorker esta semana, y la modesta producción en Chelsea lo confirma. Allen ha escrito once obras de teatro, la primera de ellas, Don´t drink water,en 1966. Su obra Play it again Sam,de 1969, fue llevada a la gran pantalla tres años después.
Triple fusión
Esta vez, la crítica está divida. The New York Times le ataca despiadadamente: «Los tópicos lóbregos se acumulan como pelusa en esta obra decepcionante». Pero el New Yorker aplaude su sofisticada estructura a través del tiempo en la que se mezclan la realidad y el sueño. Time Out lo aplaude por fusionar a Miller, Williams y O´Neill.
Lo que no queda claro es si A second hand memory es más que un ejercio de mimetismo respecto a estos dramaturgos del pasado o si Allen logra aportar algo suyo. «Si uno busca a Woody Allen en esta historia, no es un personaje sino el sofocante ambiente familiar al cual la vida imaginativa de Allen siempre se enfrenta», dice John Lahr. Pero esto podría decirse aún con más énfasis de la generación de Miller.
Fte LVD