Quince adolescentes de Inglaterra, Canadá, Bélgica, México, Estados Unidos, Holanda y Dinamarca discutían con su maestra acerca del dibujo que tenían delante de ellos. Era una de esas imágenes que alternan entre una bella mujer y una anciana, dependiendo de cómo se la mira. «Antes del matrimonio» y «Después del matrimonio», decía a cada lado de la página.
Cuarenta y cuatro jóvenes judíos, que participan en el 95º curso de hebreo del kibutz –ulpán- están todos en la etapa «antes del matrimonio» y en el proceso de «enamorarse» del kibutz y de Israel. Ni siquiera el opresivo calor del valle ni los precarios cuartos de más de 30 años donde están viviendo, les molestan.
«Sí, suena como una descripción de la vida a comienzos de los ‘60», dice Aliza Dvir, quien se jubiló recientemente después de haber ejercido como directora del ulpán de la Agencia Judía en el kibutz Hazorea durante 16 años.
De los 4.000 alumnos que han estudiado en el ulpán, 80 eligieron quedarse en el kibutz. Un estudio interno realizado recientemente en el kibutz revela que estos 80 graduados constituyen la quinta parte de la población actual del kibutz.
Los estudiantes del ulpán viven en el kibutz cinco meses durante los cuales dedican media semana a estudiar hebreo, excursiones y seminarios, y la otra media semana a trabajar en el kibutz.
«Los miembros de Hazorea aún reconocen el calor de la absorción de inmigrantes y del sionismo», dice Dvir. «La existencia de ‘familias adoptivas’, por ejemplo, indica que los miembros aún desean invitar a los estudiantes del ulpán a tomar un café en la tarde. Se han encontrado familias adoptivas para todos los estudiantes que participan actualmente en el ulpán».
Dvir misma llegó al ulpán desde Washington, durante el período de euforia en 1968. Se casó con un miembro del kibutz y se estableció en el lugar. Ahora dirigirá el Museo Wilfred Israel, pero no ha dejado de brindar apoyo a los jóvenes del extranjero y sigue estando a cargo de los soldados adoptados -graduados del ulpán- que han decidido enrolarse en las FDI y quedarse en el kibutz como «soldados solos» (aquellos cuyos padres no están en Israel).
La exitosa historia de Hazorea es única. De acuerdo a los datos de la Agencia Judía, muchos ulpanim en kibutzim han cerrado sus puertas en los últimos años debido al proceso de privatización, que está cobrando bríos en muchos kibutzim.
Aunque la Agencia Judía y el Ministerio de Educación proporcionan presupuesto para las actividades del ulpán, aún se requiere que los estudiantes trabajen en el kibutz para subsidiar parte de sus estudios. La disminución de lugares de trabajo disponibles en los kibutzim resultó ser fatal para el ulpán.
Entretanto, el ulpán de Hazorea continúa con sus actividades y sigue sirviendo como fuente para reclutar nuevos miembros al kibutz. «Por ejemplo, una muchacha de Uzbekistán y un muchacho de Francia formaron pareja y quieren establecerse en el kibutz. Otro chico, graduado de la Universidad de Berkeley, acaba de enrolarse en el ejército», cuenta Dvir con orgullo.
En la clase actual también hay algunos estudiantes que probablemente se queden en el kibutz. Por ejemplo, Joseph Goldstein, de 22 años, llegó al ulpán desde EE.UU., después de haberse graduado en la Universidad de Harvard en historia y filosofía. «No es casual que yo haya llegado al kibutz», dice. «Me especialicé en estudios de trabajo y bienestar social y soy judío, de modo que… ¿qué podría ser más natural que venir a un kibutz?»
Ilan Rosenberg, un alemán de 20 años, decidió que ésta era la edad correcta para «empezar de nuevo, contribuir y ayudar a Israel». Cuando finalice el ulpán, Ilan planea enrolarse en el ejército y después estudiar medicina. Pretende quedarse en Israel y el kibutz es una opción viable para él.
El reemplazante de Dvir como director del ulpán es Hillel Yaron, hijo de un graduado del ulpán que vino de Canadá y se casó con una mujer, miembro del kibutz. «Yo lo absorbí en casa», dice Yaron. «Crecí con eso y después de haber enseñado hebreo en el ulpán de Meguido, un kibutz vecino, postulé al cargo».
por Eli Ashkenazi
Haaretz, noviembre de 2004
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