La semana pasada comenzó la exhibición de Ozeri sobre Sudamérica en el museo de la Diáspora de Tel Aviv. Pronto abrirá otra en Nueva York y en dos meses saldrá su libro con fotografías de los judíos de Yemen.
Con 35 años, el israelí Zion Ozeri recorre el mundo en busca de documentar momentos y personajes de las comunidades de la diáspora. Además, logra vivir de su trabajo: sus mayores compradores son judíos estadounidenses, quienes pagan entre cuatro mil y seis mil dólares por sus fotos. «La mayoría dispone las imágenes en sus hogares. Esa es mi audiencia».
Para sus compradores, Ozeri no es nada más que un fotógrafo. Su rol es preservar y documentar. Él hace posible recordar, conmemorar y perpetuar costumbres y formas de vida que no tienen que ver con la modernidad.
Algunos de los coleccionistas, incluso, le pagaron viajes a lugares específicos con determinados objetivos. Por ejemplo, un banquero norteamericano lo mandó a Lituania, de donde era originaria su familia porque creía que era importante fotografiar la vida de la comunidad local. Otro americano fue el fundador de la idea del libro con fotos de Yemen, que costó 30 mil dólares.
Antes de cada viaje, Zion realiza una investigación y se contacta con algún miembro de la comunidad para que lo lleve en su recorrido por la ciudad o el país. Cuando se encuentra con lugares peligrosos, Ozeri pide permiso a las Embajadas. La de Siria rechazó su requerimiento.
Los comienzos
Luego de completar sus estudios en Estados Unidos, el fotógrafo volvió a la casa de sus padres en Ra´anana y se dio cuenta de que había toda una generación que estaba por desaparecer y nadie los había documentado.
«En las décadas del 50 y 60 en Israel no era algo honorífico tener padres yemenitas. A mi me daba vergüenza la forma en que los míos hablaban hebreo y cómo se vestían. Me tomó tiempo ver su belleza», confesó Ozeri.
A partir de ese momento sintió que era su deber retratar las diferentes comunidades. «Me di cuenta que el mundo judío le hablaba a mi corazón».
En cada viaje, solo se queda dos semanas y no se siente parte de la comunidad local pero igualmente está en «casa». «Puedo entrar en cualquier sinagoga, abrir cualquier libro de plegarias o la Biblia y sentirme cómodo».
«Fui criado en mundo en el que todos creíamos que la diáspora se extinguiría, que sería solo cuestión de tiempo para que todos los judíos vivan en Israel. Sin embargo, hoy cada uno de nosotros tiene un amigo o un pariente que vive en la diáspora».
Fuente: Haaretz
Traducción: Leila Mesyngier