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Para exorcizar el espanto

«18-J»: a diez años del atentado a la AMIA
Para exorcizar el espanto

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Una foto ajada amarillenta, entre los dedos de alguien que desde hace diez años la sigue observando. Un estrépito ensordece momentáneamente, y se convierte en silbido que resuena en los oídos. Un trozo de papel de diario se erige en un remolino de viento y vuelve a caer, derrumbado por otra corriente en sentido contrario. Un alarido estalla como un trueno, y tras de él, un llanto desgarrador, interminable. Es el llanto de la Humanidad, que no termina de entender -nunca lo hará- quién, por qué, cómo ocurrió la tragedia del 18 de julio de 1994.
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De esos retazos de vida-muerte está elaborada «18-J», la película en la que diez cineastas locales reflejarán en una decena de cortometrajes su mirada sobre la tragedia de la AMIA. El patchwork se compone de una foto, un estrépito, un trozo de papel, un alarido y decenas de otros objetos, acciones y sensaciones que todavía subyacen.
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Los cortos
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Daniel Burman eligió el testimonio de un médico del Hospital de Clínicas, narrando un parto que hubo el día del atentado. Se le pregunta fuera de cámara si recuerda el nombre del niño. Dice que no. Que no se acuerda. Que hubo mucho trabajo ese día. La entrevista dará paso a un off de un niño, que comienza a narrar las consecuencias secundarias del atentado, la vida cotidiana en el barrio y sus protagonistas y los cambios en estos diez años. Al final, la cámara muestra a un niño de 10 años perderse por las calles del barrio del Once. Una placa dice: «Abel Medina, nació el 18 de julio de 1994 en el Hospital de Clínicas». El niño actor es Federico Barga.
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Adrián Caetano se ubicó en el eje del espanto. Sin actores, parte desde los momentos previos a la explosión, atraviesa el estallido en tiempo real, se demora en la sensación de tierra arrasada. La cámara demora entre objetos inanimados que son a la vez vida pura, vida después de la muerte: ropa tendida, una torta en una vidriera, una biblioteca. Sobran las palabras.
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Alberto Lecchi prefirió ubicar la acción en Humahuaca. Una mujer se entera de la tragedia por su vecina. Y su realidad se trasforma en drama: su hijo mayor está en Buenos Aires, buscando una oportunidad de trabajo. La comunicación telefónica sólo agrega tensión a la vigilia: en la pensión porteña no saben nada de él. Y la televisión sólo muestra dolor y muerte?
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Marcelo Schapces centra su relato en una decisión familiar-religiosa: en la mañana del atentado, la familia Cohen discute por la actitud de Ezequiel, el hijo mayor de 13 años, que se niega a hacer su bar-mitzva, preso de sus dudas religiosas. La explosión genera en Ezequiel la sensación de que Dios ha respondido a su «rebeldía». Diez años más tarde, intentará recomponer ese sentimiento y ubicar las cosas en su sitio. Los protagonistas son Silvia Kutika, Luis Luque, Carmen Vallejo, Manuel Salomón, y Sebastián Micha.
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Otras miradas
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Carlos Sorín apeló al silencio y a la sucesión de fotos familiares. Una manera de homenajear a las víctimas, de asignarles identidad e individualidad, de valorizar el espacio que dejaron.
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Juan Bautista Stagnaro parangona el atentado con el descenso a los infiernos, a partir del momento en que un joven estudiante debe presentarse a un examen de literatura para el que no está preparado. En su cabeza resuena «La divina comedia», mientras a su alrededor se acumulan señales que parecen instaladas allí por el Dante, como un mensaje siniestro que hace descender a la Humanidad como hace 700 años. Su corto se llama «La comedia divina» y lo protagonizan Nazareno Casero y Silvina Bosco.
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Adrián Suar eligió contrastar la felicidad y la tragedia: un matrimonio judío cumple con la ceremonia de la circuncisión de su hijo recién nacido, en el mismo momento en que el tío del niño, padrino de la ceremonia, se demora en su lugar de trabajo, la AMIA, para buscar allí un presente. En la casa reina la alegría: nadie imagina que él nunca llegará.
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Mauricio Wainrot, director debutante, eligió la danza como forma de expresión para relatar a través del movimiento y de una escenificación de mecanismos lo inexorable de la muerte, y la ausencia de los que no están más. El personaje central se desgarra por el dolor de las pérdidas, pero el personaje del tiempo va delimitando un nuevo territorio que es el recomienzo, es el tiempo de una memoria que continúa con todo el bagaje de su dolor a cuestas, hacia adelante y que resurge desde el vacío.
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«18- J» es una coproducción entre el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y diez productoras argentinas. Los beneficios obtenidos serán distribuidos entre diez entidades de bien público. Según el cronograma establecido para la realización de este film colectivo, el estreno se hará el mismo 18 de julio. A diez años del atentado. Es el tributo del cine nacional a la memoria de las víctimas. Es también una manera de pedir (una y todas las veces que sea preciso) justicia y verdad.
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Lucía Cedrón es la única mujer del grupo
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Lucía Cedrón es la única mujer del grupo de diez realizadores que intervienen en «18-J». Y no es un dato menor para la directora de «En ausencia», corto de ficción ganador del Oso de Plata en el Festival de Berlín 2003. «Me generó una sensación de gran responsabilidad, en la medida en que siento que cada palabra que uno expresa configura un acto político», señala la joven cineasta. La temática elegida remite a los exilios y los éxodos. Habla del pueblo judío, pero también de sí misma y de muchos argentinos: Cedrón es hija de exiliados políticos. «En la búsqueda común a todos sobre su lugar en el mundo, esas búsquedas fueron atravesadas por las diferentes formas de terrorismo, que marcaron estas decisiones y generaron estos movimientos. Me interesó plantear estas problemáticas y recurrencias a partir de la historia de vida de una pareja de jubilados que vive en el barrio de Once», expresa Cedrón.
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La historia se remonta a la década del 70, cuando la pareja decide enviar a Israel a su joven hija para alejarla de la riesgosa situación política de la Argentina. Casi dos décadas más tarde, el matrimonio se apresta a viajar para reencontrarse con su hija y conocer al nieto. De Israel llega una noticia que los inquieta: un tiroteo en la calle. Ellos lo viven con angustia, piensan en la hija. Es la mañana del 18 de julio de 1994.
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«Yo vivía en París cuando ocurrió la tragedia de la AMIA. Pero me quedó marcada a fuego: recuerdo perfectamente qué estaba haciendo y dónde estaba. Y me llamó mucho la atención que a medida que fui armando el equipo técnico para este corto cada uno de ellos me fue contando su propia historia con relación al 18 de julio. Todos recordaban en qué circunstancias vivieron el atentado. Esto me resignificó la importancia del atentado para los argentinos», concluye Cedrón.
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Su corto se llama «Mitzvá» (palabra hebrea que significa «preceptos», los códigos de ética de cada judío consigo mismo y con la sociedad) y está protagonizado por Adriana Aizenberg, Norman Erlich y Ana Celentano.
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El regreso de Doria
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La convocatoria a Alejandro Doria encierra una paradoja casi cruel: hacía diez años que no filmaba. «Lo primero que hice cuando me llamaron fue pedirle a Aída Bortnik que hiciéramos juntos el libro -cuenta Doria, el más veterano de los diez realizadores que participan de «18-J»-. En la historia original, una mujer que tiene información sobre el atentado decide hacer una denuncia. Pero a partir de allí, el relato que trabajamos con Aída derivó a otro lado. Hay una vuelta que enriqueció esta historia y que transforma en un testimonio real lo que comenzó como un ensayo.»
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Doria trabajó con una única actriz, Susú Pecoraro, y con un único tema musical, «Balada para mi muerte», de Astor Piazzolla. «Nunca antes había trabajado con Susú: me conmovió su entrega. En cuanto a la música, Piazzolla me moviliza mucho, y esta obra es casi un desprendimiento de lo que aparece en la pantalla», reafirma.
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Doria siente que a partir de este corto, titulado «Vergüenza», comienza su vuelta al cine (de hecho, tiene un guión, «Las manos», que espera filmar antes de fin de año). Pero no puede dejar de remitirse a «18-J», el proyecto que hoy lo desvela. «Todavía sigo sin poder creer que diez años después el tema se siga manejando con tanta impunidad, y cómo desde el poder siempre se desvió la investigación. Ojalá esta película sirva para encauzar el camino hacia la verdad. Y que se haga justicia», concluye el realizador.
Fte La NAcion

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