Elías Canetti cuenta que en Bulgaria, días antes del Pesaj, se ponía toda la casa patas para arriba para limpiar restos de jametz (toda comida hecha con cereales leudados o fermentados y la vajilla correspondiente) para dar lugar a la matzá o pan ácimo. Ya en el seder, su abuelo encabezaba la larga mesa. Al escritor, como era el más chico de la familia, le correspondía el papel de pronunciar Manishtaná, el por qué de esa noche especial, que el abuelo respondía transmitiendo la historia del éxodo.
En casa de Isaac B. Singer, otro grande de las letras, la matzá se colgaba del cielorraso y se destinaba una especial para su madre, hija de rabino. Un gran plato con ingredientes simbólicos se colocaba en la mesa, la bandeja tenía un huevo duro (por la fragilidad de la vida pero también por el renacer de la naturaleza), un hueso asado (los sacrificios del Gran Templo), maror y jazéret (hierbas amargas que recuerdan el sufrimiento), jaroset (manzanas ralladas, fruta seca, especias y un toque de vino, que asemejan el barro de las pirámides) y karpas (papa hervida con cebolla o apio, que simboliza la alimentación austera).
Fte Clarin