Las relaciones entre la mayoría judía de Israel y la minoría árabe nunca han sido cálidas, pero parecen haber caído a tan bajo nivel que los activistas de ambas partes se preocupan porque sus diferencias no tengan remedio.
Varios sucesos del mes pasado apuntan en esa dirección. Legisladores israelíes presentaron una serie de proyectos para marginalizar a los árabes. Los rabinos de una ciudad del norte instaron a sus feligreses a no alquilar viviendas a árabes. Judíos extremistas marcharon por esa misma ciudad y provocaron un violento motín. Y un prominente activista árabe admitió haber espiado para el grupo guerrillero libanés Jezbolá.
Estos incidentes amenazan con convertir lo que ha sido un prolongado clima de desconfianza en hostilidad abierta, a medida que los judíos cuestionan la lealtad de sus vecinos árabes y que éstos temen ser caracterizados injustamente como una quinta columna.
"La comunidad árabe está aterrorizada. Ven la legislación, sienten el ambiente. Oyen el discurso y se sienten inseguros. Sienten que necesitan protegerse", afirmó Jafar Farah, titular de la organización Musaua, que promueve la igualdad de los residentes árabes. "Y algunas de estas personas creen que deben responder".
Los árabes representan una quinta parte de los 7.400.000 de habitantes de Israel. En contraste con sus hermanos palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza, los israelíes árabes tienen derecho a la ciudadanía, que les da acceso a los servicios sociales y otros beneficios. Pero la mayor parte se identifica con los palestinos. También tienden a ser más pobres y menos educados que sus compatriotas judíos y suelen padecer una discriminación abierta.
Aunque las relaciones siempre han sido frías, la situación empeoró hace una década después de la segunda intifada, o levantamiento palestino. En esa oportunidad, miles de israelíes árabes protagonizaron disturbios durante días en solidaridad con los palestinos y la policía israelí mató a 13 de ellos para contener el desborde.