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La multiplicación de los planes. Por Shmuel Hadas

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El viernes pasado, en el respetado diario israelí «Haaretz», Gush Shalom (Bloque de la Paz), organización integrada por distintos grupos pacifistas, publicó un anuncio en el que comparaba su plan de paz con la iniciativa de Ginebra y con el plan de paz presentado por el ex jefe del Shin Bet, los servicios de seguridad de Israel y Seri Nuseibeh, ex ministro palestino y presidente de la Universidad Al Quds. Gush Shalom sólo se propuso demostrar que se había anticipado a los demás en la presentación de un plan de paz con los palestinos, publicado ya en el 2001.

El vacío diplomático creado por el repliegue de Washington en la implementación de la «hoja de ruta», el plan de paz del Cuarteto para Oriente Medio (Estados Unidos, la Unión Europea, las Naciones Unidas y Rusia), el incremento de la violencia y el fracaso de la lucha contra el terrorismo, pero, sobre todo, la falta de una iniciativa política significativa a nivel oficial, han creado un peligroso vacío diplomático que intentan ocupar distintos sectores de la opinión pública asumiendo iniciativas singulares. Los comentaristas de los medios de comunicación de Israel (y no solamente de Israel) dedican últimamente un amplio espacio a media docena de planes de paz.

Por cierto, el plan que más atención ha concitado ha sido la iniciativa de Ginebra, un modelo para un acuerdo de paz, acuerdo que ha demostrado a los israelíes la falacia de la aseveración del Gobierno de que «no hay con quién negociar». Los autores reconocen que carecen de autoridad y de que no representan a sus respectivos pueblos, y su objetivo principal es el de intentar imponer una agenda diplomática a un Gobierno renuente a reconducir el proceso político con los palestinos. Según una reciente encuesta de opinión pública, un 32 por ciento de los israelíes apoya el acuerdo, mientras que un 38 se opone. El resto no lo conoce o no se ha formado una opinión. Para uno de los arquitectos del acuerdo, Yossi Beilin, se trata de un buen principio.

Otro singular plan de paz, que más bien se ocupa de los principios para un acuerdo, es el elaborado por Ayalon y Husseini (firmado ya por cerca de 200.000 israelíes y palestinos). Sus autores están empeñados en una campaña para lograr el apoyo de por lo menos medio millón de personas.

El principal partido de la oposición, el Laborista, sale lentamente del letargo en el que se sumió después de su estrepitoso fracaso electoral del 2001 y el estallido de la «intifada» en los últimos meses de su gobierno, y comienza a mostrar señales de vida. Intentando recuperar la iniciativa política, ha anunciado la presentación de su plan, que básicamente apoya la creación de un Estado palestino en las fronteras de 1967, la división de Jerusalén, la prosecución del tendido de la cerca de separación pero siguiendo el trazado de la línea fronteriza, a diferencia de la que construye hoy el Gobierno israelí y que se interna profundamente en territorio palestino. «Sojuzgar a la población palestina constituye un peligro para la seguridad de Israel y sus ciudadanos», según el texto del plan. En líneas generales, el plan laborista es semejante al que el anterior presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, presentó en la fracasada cumbre de Camp David en julio del 2000.

Uno de los partidos de la coalición gubernamental, el centrista Shinui (Cambio), también se apresta a presentar un plan propio, mientras que la derecha ultranacionalista, por su parte, elabora su contrapropuesta: un excéntrico «plan de paz». Comprendiendo que no podrán luchar contra otras iniciativas sin presentar una propia, proponen de hecho un Estado binacional, al propugnar la soberanía de Israel sobre los territorios ocupados, que serían divididos en cantones autónomos representados en el Parlamento israelí, pero dentro de un régimen manipulado que aseguraría siempre una mayoría judía.

Pero el plan que merece mayor atención, sobre todo porque a diferencia de los otros es propuesto por quien tiene autoridad para ejecutarlo, es el del primer ministro, Ariel Sharon. Acosado por una opinión pública cada vez más harta de promesas e insatisfecha de su política, Sharon anunció recientemente que está preparando un «plan de medidas unilaterales» que incluye vagas promesas, «en el caso de que fracasen las negociaciones con los palestinos». El plan, aún embrionario, ha causado gran revuelo a raíz de que que la prensa especulara sobre su contenido, y Sharon tuvo que calmar rápidamente a la dirección de su partido, donde se produjo un conato de rebelión, diciendo: «No hay que alarmarse por lo que publican en la prensa periodistas que escriben más de lo que saben». ¿Plan? Pronto lo sabremos.

¿Qué sucede, mientras tanto, entre los palestinos? Lamentablemente, nada. El fortalecimiento de Yasser Arafat como líder supremo palestino demuestra que los palestinos están lejos de desarrollar una estrategia de paz realista.

En cualquier caso, no nos hagamos ilusiones. Sólo Washington –que sabe que el acuerdo de Ginebra demuestra que la solución a través de negociaciones es posible– puede cambiar las cosas, y lo más probable es que esto no suceda en un futuro previsible. Inmerso cada vez más en el fango iraquí y con su país en vísperas de elecciones, el presidente George W. Bush considera que no es éste el mejor momento para asumir el riesgo de otro fracaso en Oriente Medio.

SAMUEL HADAS, primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede

Fte L.V.D

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