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Editorial de La Nacion

Otra aberrante expresión antisemita
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Todo indica que este minúsculo y marginal grupo de inadaptados identificado con una presunta "izquierda antisionista y propalestina" tenía intenciones de dejar un mensaje estridente y turbador en un acto realizado en las adyacencias de la Plaza de Mayo, a metros de la Casa de Gobierno y la Jefatura de Gobierno porteña. A nadie cabe en la cabeza que, de pronto, una banda ignota llamada Frente de Acción Revolucionaria (FAR) pueda atentar de ese modo, sin respeto a ninguna ley, contra centenares de personas que querían recordar una fecha cara a sus sentimientos. Vienen al caso los atentados irresueltos contra la embajada de Israel, en 1992, y contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en 1994. Más frescas aún son las patéticas imágenes de dirigentes cercanos al Gobierno, como Luis D´Elía, honrando al gobierno de Irán y defenestrando a Israel en las puertas mismas de su embajada a comienzos de este año.

La Argentina, como cualquier país democrático, tiene canales diplomáticos para discrepar o coincidir con la política exterior ajena. No necesita piqueteros que perjudican a los mismos argentinos para expresar su posición acerca de asuntos que no deben ser sometidos al juicio de la pasión ni, menos aún, de la discriminación, como si se tratara de negar la existencia del otro. Eso engendró una de las peores atrocidades de la humanidad: el Holocausto. En un país serio, libre y democrático, cualquiera puede expresarse sobre éste y otros temas, pero existe un delicado límite que nadie debe trasponer: el del respeto a los demás.

D´Elía no tuvo nada que ver esta vez, pero ya se había pasado de la raya durante el conflicto con el campo. En ese momento, con el guiño del oficialismo, quiso dejar sentado que la Plaza de Mayo era algo así como propiedad del Gobierno, acaso como un tributo póstumo a Perón o como un tributo exagerado a los Kirchner.

En ese caso, los Kirchner debieron ser mucho más cuidadosos en garantizar la seguridad en ese mismo sitio durante el acto del domingo. De nada vale ahora que un ministro se contente con tildar al FAR de "grupo de inadaptados que por suerte son muy pocos". Es de esperar que sean pocos y que no sea cierto que, como dijo uno de sus miembros, tienen una cooperativa que fabrica guardapolvos para el Estado Nacional. De confirmarse esa afirmación, desmentida por el Gobierno, sería el propio Estado Nacional el sostén de un grupo delictivo. El problema, empero, va más allá del atentado a la autoridad, los daños, las lesiones y la asociación ilícita calificada. Ha sido violada la ley antidiscriminatoria, lo cual pudo haber llevado al gobierno de Israel a tomar medidas diplomáticas.

Hace unos días, la Presidenta y su marido se florearon con Hugo Chávez en Buenos Aires y El Calafate. Casualmente, Venezuela no se caracteriza por su simpatía hacia Israel y ha atado lazos estrechos con el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, dispuesto a "borrar del mapa" a ese país. El gobierno iraní, a su vez, se ha negado a colaborar con la justicia argentina en el esclarecimiento de los atentados de los noventa. Es hora de aclarar dónde está parado el gobierno argentino respecto de esta cuestión en lugar de sostener un discurso externo y otro interno.

Ni el antisemitismo ni la causa de los palestinos, abrazada por los encapuchados, debe ser el detonante de la violencia en la Argentina. Le cabe al Gobierno la responsabilidad de repeler toda expresión que dañe al otro, al que piensa distinto, de modo de evitar que las pintadas antisemitas que han aparecido últimamente se trasladen a un acto público cuyo desenlace avergüenza al país.

No se decidirá en Buenos Aires el destino de Medio Oriente ni le hace bien a un país ensimismado como el nuestro, a raíz de su política exterior, que surjan de la noche a la mañana grupos facciosos. Si el blanco no era el gobierno nacional sino el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, peor aún: la seguridad está en manos del gobierno nacional. La facilidad de las autoridades nacionales para mentir en forma descarada, como en las mediciones del Indec, deja poco margen para creerles en esta ocasión. ¿Quién puede aceptar, por ejemplo, que "un loquito", como fue definido uno de los cabecillas del FAN, se exponga a ser detenido por dejar sentado su odio a Israel? El servicio de inteligencia debería hacer algo más que "pinchar" teléfonos de periodistas y personas no gratas para el poder.

Decían los griegos que los políticos deben tener las manos limpias, pero, también, los ojos limpios. Ver más allá. Vislumbrar que determinadas actitudes pueden desembocar como ríos en un océano de contradicciones. En él, si hechos de esta magnitud no son aclarados, un país tolerante y pacífico como el nuestro corre el riesgo de convertirse en algo que detestaría ser.

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