Una guerra fue evitada en la generosidad de Juan Pablo II, quien medió entre las partes para que se sentaran a la mesa del tratado en lugar del maltrato que podría haber derivado en la tragedia de una guerra entre hermanos.
La paradoja es que mientras argentinos y chilenos celebramos el diálogo como encuentro en la paz y asistimos convocados por la Conferencia Episcopal Argentina a que diferentes credos y sectores de nuestra sociedad diversa, pero no dispersa, estén reunidos y unidos en oración de agradecimiento por la paz, todos los presentes fuimos testigos de la tensión y omisión del saludo entre la Presidenta y el vicepresidente de la Nación.
Aquí, en la Argentina, quienes tienen máximas responsabilidades también despliegan irresponsabilidades cuando el maltrato se hace público y notorio. Rezar por la paz, hablar de diálogo e invocar la paz como bendición no puede aceptarse junto con el maltrato de no saludar y el abuso de una autoridad que no es propia, sino en representación. Que no puede ser utilizada para hacer lo que uno quiere sino lo que en tal circunstancia y con tan emblemática investidura uno debe hacer, más allá de sus razones y en función de sus obligaciones.
Podría tratarse de algo anecdótico y, sin embargo, tiene una gran impronta simbólica. Así como todos dimos los honores a quien fue recibida en las palabras de monseñor Casaretto, expresando lo que todos sentimos y respetamos -reconocer en la Presidenta a quien "se da la bienvenida en representación a todo el pueblo de la Nación"-, no menos cierto es que su actitud de no saludar en este marco al vicepresidente Cobos fue una decepción. En su investidura nos representa, pero en esta actitud no representa el deseo de una comunidad que espera el encuentro y la conciliación entre quienes pensando diferente tienen una responsabilidad compartida asumida en representación del voto que se les otorgó en la última elección.
Dar la paz
Saludar es dar la paz. Así decimos "Te doy la paz", "Shalom", "Salam", "Shanti", diferentes lenguajes del mismo idioma de compartir la paz. Quitar el saludo es quitar la paz. Anular la expectativa de la mutua aceptación y convivencia pacífica, aun en la diferencia que hace del otro alguien con quien puedo pensar diferente pero en esa diferencia no degrada el respeto que nos debemos para que sigamos siendo hermanos, conciudadanos, más allá de las investiduras y jerarquías.
Luján fue una oportunidad malograda. El cardenal Bergoglio tuvo la lucidez y la grandeza de asumir con valor a imagen y semejanza de la histórica gestión del Papa hace 30 años de mediar en este caso. Vivimos un clima de enfrentamiento gratuito e innecesario en el que estamos entrampados los argentinos, representado emblemáticamente, entre tantas lamentables manifestaciones, entre la Presidenta y el vicepresidente. Es tiempo de reconciliación, haciendo un llamado a los dos para que nos devuelvan lo que nos merecemos, que es la ejemplaridad de nuestros representantes en lo mínimo de lo digno que hace al honor de sus investiduras republicanas: dejar de lado sus razones y que dispongan sus corazones para trascender sus personas y ponerse al servicio de la Nación, para no servirse de ella para enfrentarse y confrontarnos con lo que todos, en el sentido común, vivimos con vergüenza.
En un templo uno ingresa dejando afuera aquello que profana lo sagrado ante la presencia de Dios. Fuimos testigos de más de lo mismo, la idolatría de la propia persona que por encima de todo y de todos olvida que el ego cuanto más grande es nos hace más pequeños, y que la grandeza se logra con la humildad de aquello tan humano como divino que está en nosotros en la posibilidad de ofrendar: saludar es el gesto misericordioso de conciliarnos sin dejar de sostener nuestros fundamentos, pero sin caer en el fundamentalismo de negar el saludo, hablar de paz pero anularla, hacer del que piensa distinto un enemigo…
El espíritu de estas fiestas nos inspire e illumine para que nos saludemos en la bendición de un nuevo año de diálogo, encuentro, justicia amor y paz.
El autor es presidente de la Fundación Argentina Ciudadana
La Nacion