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Los escribas que copian los textos sagrados de la tradición judía

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Los escribas que copian los textos sagrados de la tradición judía

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Existen ciertas profesiones que requieren niveles de concentración y normas de exigencia capaces de estresar a cualquiera, sin embargo, para Jacobo Blanga y Netanel Duer, escribas de la comunidad judía argentina, "el estrés queda fuera del lugar de trabajo" porque su tarea requiere la máxima concentración y compromiso con lo sagrado.

Netanel Duer, rabino de la comunidad Yeshurun, es sofer desde hace nueve años y reparte sus tareas diarias entre su trabajo comunitario y su profesión, que consiste en redactar todo tipo de escrituras sagradas como ser: la Torá, los Tefilim (lo usan los hombres para definir un pacto entre Dios y su pueblo), las Mezuzot (pergamino que se coloca en las puertas de las casas para proteger la vivienda) y las Meguilot (relatos bíblicos).

Duer destacó en diálogo con AJN la importancia del cumplimiento de las leyes previas a la escritura de este tipo de textos porque considera que su "inalterable variación" es lo que permite la transmisión de valores de generación en generación.

Jacobo Blanga, también sofer, trabaja para diferentes comunidades de Capital Federal y el interior del país y se dedica a esta tarea desde hace cuarenta años, lo que el mismo llama "toda una vida".

Con relación a los ritos previos que la religión impone, Blanga señaló a AJN: "Yo digo una breve plegaria que dice así: ´Sea la voluntad de Dios que lo que yo voy a empezar a escribir y a trabajar no caiga en equivocaciones y errores para que los hijos de Israel puedan usar lo sagrado como corresponde´", explicó, y aseguró que mientras está escribiendo no atiende llamados, timbre ni nada que pueda desconcentrarlo.

La Torá tiene 62 pergaminos, 305.804 letras, 79.976 palabras y 5.845 versículos. Para redactar una nueva, cuyo valor oscila alrededor de 40.000 dólares, se requieren entre dos y tres años de trabajo intenso y jornadas laborales con clima propicio para el secado de la tinta.

Las escrituras deben ser hechas sobre cuero de animales considerados "casher" (aptos) y la pluma debe ser de pavo con una ranura especial que no permita el derramamiento de tinta. Además, no se escribe con metal porque con ese material se fabrican las armas.

Cada sofer eleva una plegaria antes de comenzar su tarea y se rige, al pie de la letra, a las normas que indican libros como el "Shulján Aruj" que enseña cómo debe ser la tipografía ashkenazi y sefardí.

En caso de incurrir en errores existen algunas técnicas modernas que permiten las enmiendas, "salvo en los apodos del Todo Poderoso", como explican los escribas, y nada de lo que se desecha puede ser arrojado a la basura, sino enterrado en una parcela especial del cementerio judío.

"El sofer tiene que ser respetuoso y temeroso de la palabra divina, por eso la escritura debe ir acompañada del estudio y el repaso. Yo repaso dos leyes por día porque estudiar es sembrar y repasar es cosechar", dijo Duer a AJN.

"La Torá no se escribe de memoria, y yo no confío en mi memoria, leo la Torá en el templo y cuando me siento, mi cabeza está concentrada en esto. Acá, un segundo que uno se distrae puede convertirse en un error", comentó Blanga quien ya lleva en su haber 11 libros de Torá escritos por él.

Consultados sobre la industria de productos religiosos falsos, escritos en cualquier tipo de papel y sin el seguimiento de las reglas halájicas, Blanga, recordó que en más de una oportunidad le tocó abrir un tefilin y encontrar en su interior "un carozo de aceituna".

"Las señoras se acercan a mi creyendo que compraron algo verdadero porque viene en unos estuches de oro y plata", comentó. "Es el engaño a los turistas que compran y no vuelven más a reclamar", añadió el sofer.

Por su parte, Duer lamentó que en "algo tan importante se juegue con la confianza que les tiene la gente a través de foto duplicaciones o fotocopias con papel símil cuero a las que le falta o sobra alguna letra".

Y agregó: "Con eso, no cumplís nada, pensás que cumplís y estás desprotegido de la mitzvá. Es como tener hambre y ver una foto de un sándwich, uno lo ve pero no se llena…, ironizó Duer.

Ambos explicaron que existen ciertos tips que, los entendidos, pueden utilizar para comprobar la autenticidad de una escritura sagrada como revisar el pelaje que queda adherido al cuero, los poros del animal o la reacción que produce el fuego a la hora de quemar los pergaminos verdaderos.

Entendiendo a la profesión de sofer como la más antigua para el judaísmo, resulta inevitable pensar cómo esa tradición logra mantenerse en tiempos posmodernos y de alta producción tecnológica.

Sin embargo, tanto Blanga como Duer coincidieron en resaltar la importancia del cumplimiento de los preceptos previos y posteriores a la escritura pero, en el caso de Blanga, explicó que suele viajar a Israel dos veces por año para traer nuevos materiales que facilitan la tarea, como ser cuenta renglones automáticos y tintas de mejor calidad, e incluso entiende el uso de la computadora "como una necesidad que trabaja mejor que el ojo humano" para detectar posibles errores.

Según relató Duer, en la Argentina hay alrededor de 25 escribas.

El Seminario Rabínico Latinoamericano, Marshal T. Meyer, dicta, no de manera permanente, cursos de formación de sofrim.

Preocupado por el futuro de la profesión Blanga contó a AJN que existe un párrafo en el Talmud que dice que "el sofer nunca será rico escribiendo porque en caso de llegar a serlo querrá dejar de escribir y un sofer debe seguir siéndolo hasta el último día de su vida".

"Nadie quiere tomar esta responsabilidad, este trabajo de sentarse horas y horas y horas y levantarse con dolor de espaldas, a nadie le gusta. Yo ya estoy acostumbrado", expresó Blanga e hizo un pedido muy especial: "Busquemos una forma de que haya, en este oficio, continuidad, que no se pierda, porque con el correr del tiempo, la modernización conseguirá menguar los tesoros de la religión judía".

SJS-ND

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