No hay en el mundo muchos ejemplos de convivencia y de integración cultural comparables al que han brindado en nuestro país, en los últimos años, el sacerdote católico Guillermo Marcó, el rabino Daniel Goldman y el dirigente islámico Omar Abboud. Los tres se conocieron en la década del 90 y se dedicaron a interiorizarse sobre sus respectivas experiencias en el campo pastoral y social. Con ese fin constituyeron el Instituto del Diálogo Interreligioso, a través del cual cumplieron una valiosísima tarea de intercambio y aproximación entre las tres grandes ramas del tronco monoteísta universal: el cristianismo, el judaísmo y el islamismo.
En estos días, se les ha otorgado el premio Konex, en la categoría "dirigentes comunitarios", distinción altamente merecida, sin duda, pues la labor de diálogo que Marcó, Goldman y Abboud han sabido llevar adelante constituye un exponente admirable de sabiduría y de aptitud para conocer y comprender las oposiciones y los prejuicios que separaron, a lo largo de los siglos, a los hijos de estas entrañables religiones de proyección universal. Todo ello en el contexto de una firme voluntad por contribuir a la dignificación y a la elevación de la sociedad universal.
Lo que merece destacarse de estos tres hombres de fe particularmente lúcidos es que nunca exacerbaron las diferencias ni las barreras que la tradición histórica les imponía, sino que concentraron todo el esfuerzo en analizar lo que tenían en común, y las coincidencias de pensamiento y de lenguaje que iban descubriendo a medida que profundizaban el diálogo y el mutuo conocimiento. Sabían, sin duda, que la primera señal de aproximación entre sus disímiles concepciones religiosas tenía que provenir del profundo respeto que cada uno de ellos fuera capaz de observar frente a la tradición de los otros dos, frente a la sabiduría o la belleza de sus símbolos, y frente a su particular manera de formular el misterio que está en la base de su mensaje religioso.
Las visiones y las experiencias que se obtuvieron como resultado de ese trabajo de interrelación están contenidas en un libro, titulado Todos bajo un mismo cielo , en el cual los tres dirigentes dialogan sobre algunas de las cuestiones esenciales de la fe y del mundo de hoy. Es un libro apasionante, que explora los caminos coincidentes que católicos, judíos y musulmanes transitan día tras día, más allá de sus naturales diferencias, en su búsqueda de la verdad y en su esfuerzo por interpretar y transmitir la palabra de Dios, en el contexto de un común esfuerzo por aportar los más altos valores a la civilización universal.
No se puede ignorar que la Argentina, debido a lo que significó históricamente el fenómeno inmigratorio, cuenta con una larga tradición de tolerancia y de pacífica convivencia entre las diferentes comunidades étnicas y religiosas. El diálogo que Marcó, Goldman y Abboud han impulsado reviste especial importancia porque pone de manifiesto un valor que poseemos los argentinos y que, por el contrario, en otras latitudes suele ser motivo de enemistades y de asperezas, cuando no de violencias difíciles de superar.
Una de las iniciativas que realiza el Instituto del Diálogo Interreligioso, junto con la Asociación Cristiana de Jóvenes, es la que corresponde al proyecto "Promesas con futuro", en el cual alumnos de cuarto grado de colegios católicos, judíos, evangélicos y musulmanes, y de escuelas laicas del Estado juran la bandera nacional en ceremonias conjuntas. Previamente se desarrollan actividades en las que conviven los dirigentes educativos, los docentes y los propios chicos. Esas tareas en común permiten reconocer aquellas diferencias que a todos nos enriquecen y aquellos rasgos que compartimos y que determinan que nos sintamos iguales.
El actual proceso de globalización tiende a homogeneizar los modelos humanos y a desconocer la riqueza que proviene de las culturas diferentes. En ese marco, merece un especial reconocimiento cuanto contribuya a la conservación y a la valoración de la diversidad cultural o religiosa.
La idea de cohesión, imprescindible para la existencia de cualquier comunidad nacional, no puede prescindir del diálogo. Las sociedades que dialogan y que asumen sus diferencias internas crean herramientas espirituales de insustituible valor para el futuro. Es fundamental que los argentinos encaremos esta clase de experiencias y nos miremos a nosotros mismos en este momento histórico en que nos cercamos a la celebración del Bicentenario de nuestro nacimiento como sociedad independiente.
Fuente: La Nación