POR SAL EMERGUI .-Shirley es una muchacha israelí de 18 años que vive en un barrio ultraortodoxo judío de Jerusalén. Pese al asfixiante calor que acompaña a agosto en las montañas de Judea, lleva siempre falda larga.
"Me visto así, de forma modesta y nada provocativa por respeto a la religión y a mis padres", nos dice antes de subirse al autobús de línea que la llevará a las playas de la pecadora Tel Aviv. Un trayecto con 50 minutos de asfalto y un mundo de sensaciones de por medio, que culminan la transformación de Shirley de cada sábado por la tarde.
Al llegar a la ciudad costera, la chica se cambia de arriba a abajo en un lavabo público de la estación de autobuses. Como si emulara a Superman cuando se ponía su capa roja en las cabinas telefónicas de Nueva York, Shirley entra con falda larga y sale con un pantalón corto y una camiseta sin mangas. Tampoco es que gaste las minifaldas y los generosos escotes que lucen muchas de las mujeres de Tel Aviv, pero el cambio respecto a su día a día en Jerusalén es notable.
¿Que cómo valora la chica su transformación? Con dudas y ambigüedades, que es lo propio de la edad. "Me gusta el ambiente liberal que se vive en Tel Aviv, pero a veces me parece que sólo hay sexo, que todo está un poco vacío", opina antes de hacer una declaración de intenciones: "Quizá me case con alguien de mi entorno o con alguien que conozca en la playa o donde sea. No descarto a nadie pero si siento que él debería ser creyente. También hay muchos matrimonios que se han conocido en las sinagogas".
Se suele cometer el error de meter en el mismo saco de los ultraortodoxos a todos aquellos judíos que llevan en la cabeza una kipá (el tradicional solideo hebreo). Pensar así es una gran inexactitud que ignora los matices dentro de la comunidad religiosa, donde unos sirven en el Ejército israelí y otros se encierran a estudiar en una academia religiosa y se excluyen (o casi) a sí mismos de la vida civil.
Unos son sionistas convencidos y otros reniegan de Israel porque fue creado sin esperar a la llegada del Mesías. Los más ultraortodoxos no tienen siquiera televisión (como el ministro de Comunicación que también presume de no tener ordenador). Y los menos rigurosos dirigen series de televisión.
Eso sí, en lo que toca al sexo y el amor, la minoría religiosa es casi monolítica y muy distinta a la mayoría laica. Y eso que lo de ligar le concierne a todo el mundo.
La diferencia consiste en que los israelíes no religiosos se preguntan "¿a qué pub vas ir esta noche?", mientras que los religiosos entonan cuatro palabras igualmente cargadas de intención: "¿Dónde rezas este viernes?". Mientras los primeros buscan pareja (algo serio, una apasionada noche o algo a mitad de camino) vía internet, en las discotecas o en cualquiera de los centenares de ‘pickup bars’ (garitos de ligoteo) del país, los religiosos se agrupan a la salida de la sinagoga para ver si hay nuevos mozos y mozas en edad casadera. En ambos casos, el propósito es el mismo: la captura. La diferencia es el escenario, los tiempos y, quizas, los propósitos finales.
Los laicos empiezan la noche en torno a una cerveza en un local lleno de tentaciones. Los religiosos, con la copa de vino en la mesa del Shabat (descanso judío) que reúne a jóvenes donde, además de filosofar de lo humano y divino, tienen en mente lo mismo que cualquier chico: ligar. Otra cosa es lo que viene después del tonteo.
Tali, una informática atea de 30 años, explica cuál es la diferencia: "Nosotras queremos casarnos… quizá. No es lo fundamental, en cualquier caso. Nos preguntamos si nos casaremos algún día. Las religiosas, en cambio, no se plantean esa duda. La cuestión, para ellas, es: ‘¿Cuándo nos casaremos?
Por otra parte, los religiosos también quedan a través de la red, en un puñado de ‘sites’ destinados a los pretendientes piadosos. Eso, para los que admiten la pertinencia de internet. Los ultraortodoxos tienen otras recursos, como el ‘shiduj’, un mecanismo por el que las parejas se conocen por estricta recomendación.
Sus citas a ciegas son diferentes a las que se hacen en Tel Aviv y que, a menudo, acaban en la cama. Es habitual presenciar en la recepción de un hotel a un ultraortodoxo sentado y, a una distancia prudencial, a su cita y quizas futura novia, vestida de la forma más sobria posible. Nada que ver con las sensuales ropas de las laicas.
"En estas citas, los ultraortodoxos buscamos la felicidad a medio y largo plazo. Los laicos buscan la felicidad instantanea", nos dice Abraham, un estudiante de una academia rabínica. Más o menos, la diferencia entre el matrimonio y el revolcón. Por cierto, Abraham nunca se sienta al lado de una mujer en el autobús "para evitar los rozamientos".
FUENTE elmundoes