El santuario, situado en el barrio cristiano de la Antigua Ciudad de Jerusalén, estaba lleno de peregrinos provenientes del mundo entero, hasta el punto de que es necesario luchar como cada año para hacerse con un lugar.
Monjas y mujeres con la cabeza cubierta por mantos besaban de rodillas con fervor una lápida de piedra rojiza situada en la entrada de la iglesia y sobre la cual, según la tradición latina, fue embalsamado el cuerpo de Cristo antes de ser puesto en la tumba.
El patriarca latino de Jerusalén, Monseñor Michel Sabbah, quien a los 75 años de edad llegó ya a la edad de la jubilación fijada por el Vaticano, presidió las ceremonias por última vez.
Nombrado en diciembre de 1987 por el papa Juan Pablo II, fue el primer palestino en convertirse en jefe de la Iglesia Católica en Tierra Santa.
Su sucesor, monseñor Fuad Twal, ex arzobispo de Túnez, estaba a su lado.
Entre la muchedumbre de peregrinos se distinguía a los seminaristas en casulla blanca y a los sacerdotes en sotana roja y dorada.
Los ‘flashes’ de los aparatos fotográficos destellaban en la semipenumbra en que permanece sumido el venerable santuario.
Unos policías israelíes trataban de canalizar a la gente que hacía cola.
"Es difícil recogerse a causa de la muchedumbre, pero estamos orgullosos y contentos de estar en estos lugares", dijo Rudy Corpuz, peregrino filipino proveniente en Londres.
Las celebraciones en el Santo Sepulcro están estrictamente reguladas para evitar las fricciones entre las diferentes iglesias que comparten cada pulgada de este sitio sagrado del cristianismo.
Las reglas de la cohabitación fueron establecidas en 1852 por los otomanos y regulan desde entonces el Santo Sepulcro. Toda modificación del statu quo es imposible, como las horas de misas y procesiones.
Hasta los ritos coptos y sirios más minoritarios disponen de capillas en la iglesia, pero no pueden organizar procesiones.
Las reglas llegan a precisar que los sacerdotes coptos tienen tres minutos para dirigirse del lado católico de la iglesia y hacer quemar incienso en la columna donde, según la tradición, Jesús fue azotado antes de ser crucificado.
Y para evitar todo conflicto las llaves de la iglesia están desde hace siete siglos en manos de dos familias musulmanas.
No lejos de allí, fuera de las murallas de la Vieja Ciudad, en el sector occidental de Jerusalén, el vicepresidente estadounidense, Dick Cheney, de visita a la región, también asistió a una misa de Pascua.
La misa fue celebrasda por el padre de la orden de los franciscanos Peter Vasko en la capilla del monasterio lazarista situado cerca del consulado de Estados Unidos en Jerusalén oeste.