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El circo mediático de Hamás

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Las más pequeñas de la veintena de niñas palestinas primorosamente vestidas con el uniforme del colegio, y cuidadosamente alineadas para la foto como un equipo de fútbol, ya no pueden aguantar más los brazos en alto del cansancio.

Los asistentes de Hamás se cuelan por detrás, y les tiran de los codos para que alcen las pancartas. Cartulinas de colores, donde pulcras ortografías adultas han escrito en árabe e inglés llamamientos conmovedores: «Israel y los nazis, dos lados de la misma moneda», «Salve a los niños de Gaza del Holocausto», «Mundo opresor, cuál es la culpa de un bebé de dos días», «Reclamo mi derecho como niño a vivir en paz».
Las videocámaras y los fotógrafos echan chispas hace quince minutos retratando la escena. No es cuestión de bajar los letreros ahora, cuando la angelical portavoz infantil lee el mensaje fuerza del comunicado, el más doloroso y el que mejor quedará en pantalla: «la debilidad de los niños, -recita-, está siendo utilizada todavía por las fuerzas de ocupación como combustible del Holocausto israelí contra la inocencia en Gaza».
Protesta a la carta
La «manifestación de niños» era el miércoles el último capítulo del tour organizado por Hamás en Gaza para mostrar a la prensa «los daños de la agresión israelí». Una «protesta» a la carta -«y ahora, para terminar, vamos a ver una manifestación de niños» anuncia a los periodistas de camino, sin ningún pudor, el portavoz de la organización-, que culmina con el descubrimiento de una maqueta estremecedora. Es un horno crematorio torpemente construido sobre un carro con las ingenuas técnicas de la clase de plástica que escupe sobre una mancha roja de sangre esvásticas rojas de sangre y estrellas de David rojas de sangre, los cuerpos desmayados de una cascada de muñecos de trapo cosidos con puntadas pueriles, y vestidos con ropas auténticas de bebés palestinos. El negro de la incineración tizna sus muecas grotescas de espanto. Los niños, -los vivos, los de las pancartas-, atienden la orden de rodear el prototipo para la foto final.
Fue quizás en enero, cuando las imágenes de niños y mujeres con velas en medio del apagón de Gaza dieron la vuelta al mundo, el momento en que Hamás descubrió la eficacia insólita de las imágenes.
Sólo la desesperación y el empeño legítimo de pelear porque la violencia que padecen no permanezca invisible, -casi siempre eclipsada por la abrumadora maquinaria comunicativa de Israel-, ha podido llevar al Movimiento Islamista a fraguar visitas de violencia-espectáculo como la que convocaron esta semana. Obscenos montajes propagandísticos que tanto recuerdan a los que los colonos judíos exhibieron en los días previos a su evacuación de la franja en 2005, abrazados a sus hijos que declamaban retahílas de pena por su destino triste, no exentas de expresiones de odio a los árabes y hacia Ariel Sharon, entre lágrimas desgarradoras. El uso de los niños funciona, el aprendizaje de las técnicas más burdas, también.
Creciente popularidad
La popularidad de Hamás sube como la espuma. Según el último sondeo serio, en diciembre, su jefe, Ismail Haniye estaba 19 puntos por debajo del líder rival, el presidente Mahmud Abbás. Hoy, Haniye le supera con un punto de ventaja.
La contundencia de la imagen vende. Hamás ha erigido un cementerio sin muertos para el tour. Treinta y tres tumbas tapadas con banderas palestinas, que simbolizan a 33 empresas cerradas por el boicot, pero ellos depositan claveles en una sentida farsa para la tele. En el hospital de Shifa su director descubre ante las cámaras la desnudez de los enfermos de Cuidados Intensivos sin pedir permiso, sus heridas bien merecen un plano. El paciente se ahoga de vergüenza.
La causa justa de reclamar solución al sufrimiento palestino se empaña entre tanta función. Las tragedias de Mohammed Nasser o Mariam, rotos narrando a la prensa el asesinato brutal de sus niños víctimas de misiles israelíes, tendrán que esperar otra ocasión.POR LAURA L. CARO

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