El movimiento sionista la había convertido en símbolo del heroísmo que ejercieron los judíos para preservar su libertad y soberanía frente a las legiones romanas durante el siglo I. En efecto, después de la caída de Jerusalén, en esa fortaleza continuaron la resistencia durante otros tres sangrientos años. Pero los romanos, con dotaciones diez veces más numerosas, construyeron un gran terraplén y sitiaron el lugar por tiempo indefinido. Cuando los novecientos rebeldes comprendieron que no tenían salvación, incendiaron Masada y se mataron entre ellos. Antes del impresionante final, su líder, Eleazar ben Iair, pronunció un discurso vibrante en el que explicaba que era mejor una muerte digna que vivir como esclavos. Sus palabras fueron reproducidas por el historiador Flavio Josefo sobre la base del testimonio de contados sobrevivientes.
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Desde comienzos del siglo XX se revalorizó esa gesta como el modelo al que debía retornar un pueblo tenazmente oprimido, humillado e impotente; un pueblo considerado cobarde e incapaz de defenderse por sus propios medios. Masada -así como un siglo y medio antes los Macabeos- demostraba con su ejemplo que los despreciados judíos tenían reservas para volver a la historia.
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Pero la historia se interpreta de diversos modos. Y es lo que ahora ocurre con esa fortaleza.
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El debate
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Hasta hace poco, a nadie se le hubiese ocurrido objetar la conducta de los bravos combatientes de Masada. Pero el irracional conflicto que enluta a palestinos e israelíes, sumado al estímulo del suicidio que nutren organizaciones terroristas, ha producido una vuelta de timón.
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Oded Balabán es un destacado filósofo israelí de origen argentino, profesor en la Universidad de Haifa y reconocido luchador por la paz. Acaba de enviarme tres artículos publicados en el diario Haaretz, órgano que se destaca por el alto nivel de las firmas que allí escriben. Con el espíritu crítico que abunda en Israel, sintetizan la polémica desatada por la resolución de la Unesco.
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Nadie niega que la fortaleza deba ser destacada y protegida. Tampoco que constituye un importante y doloroso capítulo de la historia judía, el escenario estremecedor de una etapa crucial. Pero se discrepa sobre su carácter de paradigma.
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En Masada no sólo lucharon contra los romanos hasta las últimas energías, sino que optaron por el suicidio colectivo en nombre de la libertad. Ahora el suicidio se ha transformado en un arma terrorista. ¿Es bueno exaltarlo?
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Arié Barnea, director del más antiguo colegio de Tel Aviv, sostiene que ese suceso «no debe servir como carta de presentación». Recuerda que los luchadores de Masada eran fanáticos que no sólo combatieron a las fuerzas romanas, sino que asesinaron a judíos moderados. Eran los fundamentalistas de entonces. Usaban un pequeño cuchillo llamado en griego sikara , por lo cual se los empezó a conocer como sicarios, palabra que hasta el día de hoy se refiere a un criminal. Son los que rechazaron negociar con el imperio y buscar formas de convivencia. En última instancia, son también culpables del desastre nacional. Son el precedente de los pocos israelíes que se niegan a un arreglo razonable con los palestinos. Son el precedente, también, del fanático que asesinó a Yitzhak Rabin.
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Arié Barnea, sin embargo, afirma que es bueno subir a Masada con los alumnos, porque es parte del acervo cultural de Israel, así como de la indisoluble ligadura de este abnegado y heroico pueblo con esa tierra. Es bueno, agrega, diferenciar los valores de los fanáticos y de los moderados, y sacar conclusiones sobre los efectos que cada uno de ellos consigue a largo plazo.
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La aporía
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En respuesta de esas reflexiones escribieron Ron Juldai y Michael Lanir; el primero es intendente de Tel Aviv y también fue director del colegio que ahora conduce Barnea. Centran el mérito de la gesta ocurrida en Masada en el formidable discurso que pronunció Eleazar ben Iair antes de darse muerte. Es una de las piezas más conmovedoras sobre el valor de la libertad. Sus palabras volvieron a resonar con fuerza cuando el pueblo judío decidió reaccionar contra su destino trágico.
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Sostienen estos autores que no se trata de exaltar el suicidio, sino de enfatizar la decisión de combatir el infortunio. En última instancia todo luchador es un suicida, porque con su actitud se pone en riesgo. ¿Es justo condenar a Janus Korczak? Korczak fue un dulce maestro que no se permitió abandonar a sus alumnos cuando los nazis los conducían a la cámara de gas. ¿También se debería considerar suicidas a los jóvenes que protagonizaron el increíble y, en última instancia, estéril levantamiento de los guetos?
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Estos autores citan a Emmanuel Kant, que habría sostenido que el valor de la vida, pese a su importancia, no puede ser un valor supremo. Ambas posiciones fueron finalmente objeto de la disección efectuada por Oded Balabán.
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Balabán nos recuerda que, en la antigüedad, el suicidio era avalado por la cultura romana. Sólo podían ejercerlo los amos, nunca los esclavos. En consecuencia, Eleazar ben Iair estuvo «colonizado» por ideas romanas que entraban en colisión con la tradición predominante en Israel, de irrestricto respeto a la vida, porque la vida es obra de Dios.
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Cita a Kant para demostrar que ese filósofo no aceptaba la relativización de la vida, porque escribió: «Cuando las contrariedades y la aflicción desesperada han borrado el gusto por la vida, cuando el desgraciado se siente desanimado y hundido, cuando desea la muerte y, sin embargo, retiene su vida sin amarla, responde a un contenido moral. No lo hace por temor, sino por deber». Para Kant -prosigue Balabán- las leyes de la libertad son leyes de la ética. Voluntad no es arbitrariedad. Según Kant, lo detestable del suicidio es precisamente el uso que hace la persona de su libertad para autodestruirse. La realización de la libertad humana es vivir como seres humanos, no morir. Una persona puede rebelarse contra su situación, pero no contra su propio ser, contra su propia vida, ya que es un deber que cada hombre se considere a sí mismo y a su prójimo como un fin, no como un medio. Usar a uno o al prójimo como medio es condenable desde el punto de vista moral y absurdo desde el punto de vista lógico.
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En conclusión, la fortaleza de Masada tiene aspectos entrañables que el mundo y el pueblo israelí deben exaltar. Es un monumento espectacular de la historia. Pero no es bueno blandir como paradigma el suicidio colectivo que allí tuvo lugar.
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El debate no ha concluido. El solo hecho de que tenga lugar con pasión y descarnada crítica es otra prueba de la salud espiritual que, pese a todo, sigue soplando en la tierra de Israel.
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Por Marcos Aguinis
Para LA NACION
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