La voz de Miguel Angel Estrella deja traslucir el entusiasmo que le provoca dar la noticia sobre la visita a Buenos Aires -en mayo de 2009- de su Orquesta para la Paz, integrada por 45 jóvenes músicos de origen judío y musulmán. En una reunión con el recién designado embajador argentino en Estados Unidos Héctor Timerman, el rabino Daniel Goldman y Claudio Epelman del Congreso Judío Latinoamericano se definió que en esa fecha cerrará en Buenos Aires una gira del ensamble que abarcará también Washington y Brasilia.
Más allá de brindar detalles técnicos o logísticos del organismo, Estrella se esfuerza por transmitir la felicidad que le provoca poder darles otro motivo de reunión a sus jóvenes músicos, que lo llaman frecuentemente a su casa de París -donde ejerce su función de embajador de buena voluntad de la Unesco- para pedirle: "Tío, por favor armá algo que nos morimos de ganas de vernos".
A simple vista se puede confundir la orquesta de Estrella con la West-Eastern Divan que creó Daniel Barenboim y no es raro que pase, ya que ambas tienen infinidad de puntos en común: los directores son argentinos, sus integrantes comparten los mismos orígenes (hasta algunos tocan en ambas agrupaciones a la vez) y claramente buscan lo mismo: demostrar que a través de la música, palestinos e israelíes pueden convivir en paz y, además, producir un gran hecho artístico.
La idea de esta orquesta se le ocurrió a Estrella en 1988, pero recién en 1998 empezaron a abrírsele algunas puertas para poder articular su proyecto, que estaba enmarcado en uno más amplio como lo es su ONG Música Esperanza, que busca -a través de más de 50 filiales en todo el mundo- alcanzar la "alfabetización musical" en zonas marginales para que sirva de disparador hacia otro futuro. "Nunca me interesó hacerme ni rico ni famoso. A los 25 años supe que quería ser un músico social y he trabajado toda mi vida en función de eso y no en función de comercializar mi imagen o mi música", dice Estrella sobre su filosofía de vida, una manera de entender su bajísimo perfil y que su Orquesta para la Paz sea menos conocida que la de su colega Barenboim.
El proyecto de la orquesta tomó forma gracias a que las Naciones Unidas decidió dedicar el primer decenio del nuevo siglo a trabajar en la idea de la paz, por lo que el proyecto de Estrella empezó a tener una buena recepción. Hasta entonces se le hacía difícil que los conservatorios de los países de Medio Oriente le abrieran las puertas: "¿Cómo explicar quiénes iban a integrar la orquesta en un país donde está prohibido decir judío? Pero mi astucia tucumana me ayudó y pude decir que somos todos hijos de Abraham, eso sí: de distintas ramas de la familia", se ríe. Los músicos, que provienen de doce comunidades diferentes, no sólo se han hecho amigos, sino que hasta algunos han formado pareja ("es que las chicas judías son muy lindas y los egipcios, muy avanzadores"), y tienen tanto respeto por las tradiciones del otro "que se viven momentos de alta emotividad".
Más allá de las buenas intenciones, no resulta sencillo para este tucumano de origen libanés mover la orquesta para cada gira. Se necesitan no menos de 200.000 euros para emprender cada tour y no cuentan con ningún apoyo privado. "Antes teníamos mucha ayuda de Francia, pero en 2002 empezaron los problemas, por lo que comenzamos a vender los conciertos a los municipios; por suerte, ahora volví a ver un gesto del Ministerio de Relaciones Exteriores francés", explica.
Frente a semejante dificultad, se entiende la despedida de Estrella cuando la cronista da por hecho un encuentro en 2009: "Los turcos decimos Insh Allah (que Dios quiera); acá se dice ojalá".
Verónica Pagés