"Lo que estamos viviendo en Rusia es un milagro en un país que estaba contra la religión. En el Kremlin, el centro donde se tomaban todas las decisiones contra los judíos, ahora se enciende el candelabro de siete velas en la fiesta de Janucá."
Berel Lazar, gran rabino de Rusia, comenta con alegría el florecimiento de la vida religiosa judía en un país donde las sinagogas, como muchas iglesias, habían sido cerradas para hacer teatros, depósitos u oficinas.
"¡Había tanto antisemitismo! Decían que los judíos eran enemigos de Rusia, que la religión era el opio del pueblo -apunta en una conversación con LA NACION-; era la ideología comunista de perseguir la religión."
Y señala como una paradoja que en un país donde muchos perdían el empleo si iban a una sinagoga, y donde algunos no les decían a sus propios hijos que eran judíos para que no lo revelaran a sus compañeros de escuela, hoy la misma gente que perseguía a la religión la ayuda.
Lazar nació en Italia hace 43 años y llegó a Rusia en 1988, hacia el final de tiempos muy duros. No había habido posibilidad de ordenar rabinos locales, porque quien pretendía enseñar religión era arrestado.
Décadas antes, muchos rabinos y maestros desaparecieron y fueron muertos en los campos de concentración soviéticos. Cuando Lazar llegó, enseñar religión no estaba autorizado pero ya no era peligroso, aunque mucha gente todavía tenía miedo.
Algo que lo conmovió fue ver una actitud de fidelidad que llevaba a muchos a realizar lo que estaba prohibido y decir: "Nosotros sólo le hacemos caso a Dios".
Así, había quienes se hicieron circuncidar a los 40 o 50 años, porque estaba prohibido y sus padres no se lo habían hecho a pocos días de nacer, como indica la tradición, y había quienes fotografiaban páginas de libros religiosos que no se podían reimprimir, aunque el mismo revelar las fotos entrañara un peligro.
"Estos son los héroes del pueblo judío", se dijo para sí Lazar, que decidió permanecer allí. Advirtió que la persecución creó un gran deseo de la religión, de Dios, de acceder a una libertad que era negada, de pensar en si la vida tiene un propósito.
"Los que quieren lograr un control absoluto de la sociedad tienen que empezar por oprimir la religión -afirma-. Destruir el alma de la gente, para que después todos actúen como robots. Por eso, empiezan por atacar la libertad religiosa, para pasar a la libertad de expresión y otras libertades."
Lazar pertenece al movimiento jasídico Lubavitch, que nació hace 209 años en un pueblo de Rusia y permaneció alentando la vida hebrea en el país durante la persecución.
Ahora los judíos se sienten bien en el país, dice, y hay 100.000 emigrantes que han retornado. Porque más de un millón de judíos rusos emigró a Israel en las últimas décadas; más de un millón a los Estados Unidos, y unos 200.000 a Alemania.
El intendente de Moscú prometió ayuda a un museo de la historia judía en el país y el propio Vladimir Putin donó para ello un mes de su sueldo de presidente. Este domingo hay elecciones y es la primera vez que ningún partido lleva consignas antisemitas, agrega.
Lazar sonríe, habla con afabilidad, en la amplia oficina que le presta el empresario inmobiliario Eduardo Elsztain, unas horas antes de hablar a un público numeroso en el Tatersall, de Palermo. "En Rusia, antes la gente no sonreía -dice-; ahora, está sonriendo."
Por Jorge Rouillon
De la Redacción de LA NACION