Inicio NOTICIAS Atentado a la Embajada de Israel
Danny Carmón*: Los asesinos deben ser juzgados

Atentado a la Embajada de Israel
Danny Carmón*: Los asesinos deben ser juzgados

Por
0 Comentario

Los asesinos deben ser juzgados, porque, aún los que queden al margen de la ley, continuarán siendo asesinos, estén donde estén, por toda la eternidad.

Señoras y Señores:
Hace quince años, aquel 17 de marzo se presentó como un día común, que empezó como cualquier otro. Sin embargo no fue un día común porque, a las 14.45 horas, esta hermosa ciudad vivió un atentado feroz. En un solo instante, como un castillo de naipes, caía la representación diplomática de un país amigo, en pleno centro de la capital. El territorio argentino había sido atacado.
Pero, más que la destrucción física, nos enfrentamos a la pérdida de vidas inocentes, que no tenían ningún indicio que ese día sería el último; que no estaban enfermos; que no deseaban morir; que tenían proyectos, sueños y miles de planes por realizar. Entre esas víctimas, estaba mi mujer, Eliora y, junto a ella, compañeros de trabajo, israelíes, argentinos, bolivianos, todos sacrificados en manos del terrorismo internacional.
Volver a Buenos Aires no es, para mi familia ni para mí, un hecho más ni casual. Es llegar a nuestro segundo hogar, donde retenemos nuestras experiencias, que nos permiten sentirnos y sabernos más humanos. Es nuestro ejercicio de memoria, aquella que nos hace aprender por un hecho; tan traumático como doloroso, que pasaron quince años, de sueños y esperanzas frustradas.
Llegamos a Buenos Aires en 1989. Éramos una familia compuesta por mi esposa, Eliora, y cuatro hijos, Ariel, Maya, Ofer y Ruthy. Vinimos a servir, como diplomáticos, a la Embajada de Israel en Buenos Aires. Una vez instalados, comenzamos la tarea diaria. Nuestros hijos estudiaron en una escuela argentina; donde formamos parte de su comisión de padres y, nosotros, buscamos no sólo un porvenir sino, también, aprender un país, una geografía, un idioma, una historia y una afectividad que nos acompaña, hasta ahora. Aquí, en Argentina, llegó nuestra quinta hija, Ayala.
Nunca imaginamos que, aquel 17 de marzo de 1992, comenzaríamos una nueva historia, signada por un cruel ataque terrorista que acabó con nuestras vidas, tal como la habíamos conocido. Ese día era víspera de Purim. Habíamos invitado algunos amigos y colegas a nuestra casa, para celebrar. Después de mediodía, estaba en mi escritorio y, cuando abrí los ojos, me encontré en una cama de un sanatorio, recuperándome. Mi mujer había quedado bajo los escombros. 48 horas después, mientras una multitud caminaba, desde el Obelisco hasta la calle Arroyo, ocho niños marchaban, hacia Israel, con una realidad que los acompañaría siempre. En mi caso, mis cinco hijos habían perdido a su madre; una madre que siempre creyó en ellos, que estaba orgullosa de cada uno y de todos; que los incluía en cada conversación y que, a partir de aquel atentado, fueron obligados a instalarse en un lugar difícil de sobrellevar y que dejó una marca permanente. Habíamos pasado a conocer un nuevo planeta: el planeta de la pena y del dolor.
Enterramos a Eli y, al poco tiempo, volvimos a Buenos Aires. Por entonces, Ariel tenía 12 años, Maya, 11, Ofer, 8; Ruthy, 6 y Ayala que, todavía, no había cumplido los 2 años. Volvimos con algunos objetivos; por un lado, buscar respuestas a la crueldad; ¿Por qué había pasado? ¿Quién había estado con Eli por última vez?, ¿Por qué la Embajada fue tomada como blanco?, porqué y porqué. Por el otro, tenía la voluntad de reconstruir una nueva Embajada que sería, de algún modo, edificarnos a todos nosotros. Una de mis metas más deseada, entre 1992 y 1995, fue ver que mis colegas volvieran a sus lugares, después de sus convalecencias. Todos habíamos sido víctimas y, todos, somos sobrevivientes. A veces hablábamos. A veces, compartíamos los silencios. A veces, simplemente, nos mirábamos, sabiéndonos parte de una misma historia; con los mismos dolores y con la tristeza de todas las ausencias. En 1995 regresamos a Israel. Mis hijos siguieron sus caminos. Y, les quiero contar, ahora, que pasó con ellos:
Ariel tiene 27 años, sirvió al ejército y contribuyó a la seguridad del país. Es estudiante y trabaja para el gobierno. Maya, tiene 26 años, es guía en Yad Vashem, el museo dedicado a recordar el Holocausto. Se encarga de recibir a muchos jóvenes argentinos, que visitan el museo, manteniendo su ligazón, como todos nosotros, fuerte con el país y su gente. Ofer, tiene 23 años, es estudiante y Ruthy, con esos mismos ojos que vieron el horror, está planificando, con sus 21 años, su futuro. Ayala, con 17 años, vive en Nueva York, con mi nueva familia.
Todos nosotros miramos el mañana con el peso de haber sobrevivido un atentado. Eliora tiene una plaza en Jerusalem, dedicada a su memoria. Y mis hijos vienen, con frecuencia a Buenos Aires.
Señoras y Señores;
Qué duda cabe que, este pasado, pesa. Especialmente cuando, en mis actuales funciones, en uno de los lugares más conflictivos del mundo, en Naciones Unidas, me toca compartir las salas con los representantes oficiales del gobierno iraní; un gobierno cuyo presidente niega el Holocausto y se prepara para el próximo; un presidente que no tiene ningún prejuicio en afirmar que hay que borrar a un país del mapa y que, precisamente, ese país que hay que borrar del mapa, es el que yo represento en Naciones Unidas, organización creada para acabar con todas las guerras.
A veces no puedo sentir más que la cruel ironía de la historia. Me toca a mi, en funciones, escuchar a los iraníes, expertos número uno en terror y terrorismo, dar lecciones sobre un tema en donde tienen aprobadas, con notas sobresalientes, todas las materias, tanto en la teoría como en la práctica. Yo sé que los iraníes saben de qué hablan cuándo mencionan el terror y el terrorismo. Tuve, en varias ocasiones, oportunidad de responderles, en mi condición de sobreviviente del terrorismo iraní, de aquí, precisamente de esta esquina, de esta ciudad y de este país. Y, al mismo tiempo, confronto diplomáticamente no sólo con sus representantes sino con el conocimiento que, el pueblo de Irán, tiene muchas cosas, seguramente tan buenas y tan malas como cualquier otro, pero que su gobierno, entre otros, no es inocente en el tema de este atentado.
Pero, ¿qué se puede hacer? Desde el punto de vista de las naciones, se puede mejorar el intercambio de información, se pueden optimizar las bases de datos sobre terrorismo, se puede legislar, se pueden hacer tratados y participar de convenciones, se puede mejorar el paso de fronteras, las medidas de seguridad y los manejos de las crisis. Todo esto se debe hacer aunque nada nos devuelva a nuestros seres queridos.
Como familiares, amigos, colegas y simples hombres; debemos insistir en que la causa no decaiga; en que – pase el tiempo que pase- se llegue a algún resultado; sabiendo que ya hay nietos, entre los inmolados más jóvenes de entonces, que clamarán justicia después de nosotros; ya que nos asiste la convicción que, el atentado a la Embajada de Israel, fue solo el primer capítulo de un libro sobre el cual no se escribió el final y porque ningún Estado de Derecho puede ceder ante los asesinos.
Tenemos memoria que es, para nosotros, igual a tener dignidad y justicia. Dignidad para no igualar a la víctima con el terrorista. Y Justicia porque, pase el tiempo que pase, nuestros derechos permanecen, y deben ser protegidos y no debilitados.
Han pasado 15 años. Y los asesinos deben ser juzgados. Porque, aún los que queden al margen de la ley, continuarán siendo asesinos, estén donde estén, por toda la eternidad.

*Palabras del Sr. Embajador de Israel, Danny Carmón, en ocasión de recordarse 15 años del atentado a la Embajada de Israel en buenos Aires.

También te puede interesar

Este sitio utiliza cookies para mejorar la experiencia de usuario. Aceptar Ver más