Hace tres años, cuando fui designado para encabezar la misión diplomática de Israel en Argentina volvieron, a mí mente y corazón, las imágenes y sensaciones de aquel 17 de marzo de 1992, cuando enfrenté la muerte y la destrucción de vidas y sueños; permaneciendo, esos recuerdos, detenidos en un tiempo de heridas que nadie ni nada borrarán.
Al mismo tiempo, me embargó el sentimiento de re-encontrarme con compañeros y amigos; todos los que, con coraje y determinación, se sobrepusieron a la inmensidad del dolor y reconstruyeron el espíritu de nuestra representación en Buenos Aires.
Recuerdo que, quince años atrás, recorríamos tiempos de esperanza y expectativas. En Medio Oriente se abrían canales de negociaciones, hacia la paz con nuestros vecinos, y eso se reflejaba en nuestro trabajo cotidiano. Cuando la bomba explotó todo eso se deshizo y la ilusión se transformó en dolor y desesperación. El terrorismo asesinaba los sueños de personas que, ese día, habían ido a trabajar a una Embajada, un espacio signado por la voluntad de amistad y entendimiento. Yo no estaba en el edificio de la calle Arroyo. Al llegar solo encontré destrucción, angustia y frustración al darme cuenta que, nuestro esfuerzo, como sobrevivientes, era vano: no podíamos hacer nada para salvar la vida a aquellos sepultados bajo los escombros.
Hoy sigo sin entender a quienes intentan justificar o reivindicar a los hacedores de tamaña criminalidad. En estos quince años el terrorismo dio suficientes muestras de su sadismo y maldad, asesinando civiles alrededor del mundo. Argentina sabe de qué se trata. Esta tierra está regada por la sangre de más de cien muertos en dos atentados. Gente que trabajaba, paseaba, soñaba y que solo deseaba vivir. Eso es lo que querían mis compañeros de la Embajada.
Sabemos que, el grupo terrorista Hezbollah, sostenido por Irán, realizó el atentado. El atentado a la AMIA también lleva su firma. Hoy, varios ex funcionarios iraníes están siendo buscados por la justicia para que expliquen sus responsabilidades en esos acontecimientos. Lamentablemente el régimen de Teherán en lugar de colaborar, para esclarecer estas masacres, se dedica a amenazar al juez y a los fiscales argentinos.
Hace quince años llegué, después de la explosión, a nuestra casa de la calle Arroyo. En ese preciso momento tome conciencia que mi vida había cambiado para siempre. Atravesé situaciones conmovedoras y difíciles. Fui testigo del desgarro de padres cuyos hijos habían muerto. Me estremecí al ver los rostros de los niños, que no volverían a decir «papá» o «mamá»; porque esos seres ya no formarían mas, físicamente, parte de sus vidas cotidianas.
El tiempo no alivia el dolor ni aminora la enormidad de las perdidas. Aquellos asesinados por manos terroristas, esa tarde de 1992, claman justicia. La merecen. Y nosotros tenemos la obligación de recordar y denunciar el peligro que significa que los asesinos continúen sueltos.
*Embajador de Israel en Buenos Aires