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Cinco claves de un conflicto que ya altera el equilibrio regional

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1. La provocación de Hezbollah. El grupo terrorista libanés sabía que Israel desencadenaría una ofensiva militar total cuando penetró en territorio israelí el 12 de julio, mató a ocho soldados israelíes y secuestró a dos. Con esta acción, Hezbollah buscaba volver al epicentro del conflicto regional y zafarse de la creciente presión para la desmovilización de esta milicia que reina en el sur del Líbano desde la retirada Israelí hace seis años.

Con sus 13 diputados y dos ministros en el actual gobierno de coalición libanés, Hezbollah es, para la mayoría chiita de Líbano, un referente político, social y militar ineludible. Por el momento, disfruta de un escudo de simpatía popular en la región al haber desafiado a los Estados Unidos e Israel con una capacidad militar muy superior a la que se le atribuía. Pero el tiempo y el goteo de víctimas civiles juegan en su contra.

2. El solitario Israel. El gran objetivo del ex primer ministro Ariel Sharon y de su heredero Ehud Olmert es claro: imponer sus condiciones sobre el terreno y evitar tener que negociar la paz con los palestinos. El desalojo unilateral de la Franja de Gaza y la promesa de Olmert de desmantelar parte de los asentamientos israelíes en Cisjordania forman parte de esta estrategia unilateral.

Con los recientes secuestros de soldados israelíes, estos dos grupos intentan recordar a la gran potencia militar de la zona que no podrá jugar la partida en soledad. Por eso, Israel mantendrá sus operaciones en Gaza y en el sur del Líbano hasta reducir al máximo el riesgo de ser blanco de los misiles y ataques terroristas de grupos como Hamas y Hezbollah, y no se detendrá hasta debilitarlos lo suficiente militarmente para proseguir su «plan de desconexión unilateral».

Todo apunta a que dejará el trabajo sucio posterior en manos de una posible fuerza internacional. Israel cuenta para ello con la aquiescencia de los EE.UU. y de varios países europeos, e incluso con el apoyo tácito e inconfesable de algunos países árabes. Su ofensiva hay que entenderla además como una reafirmación de su poder militar y un aviso en particular al régimen iraní, por haber puesto en riesgo la supremacía nuclear de Israel, piedra angular de su estrategia de disuasión en una región que percibe como inherentemente hostil.

3. La rebelión de los proscriptos. Los gobiernos autoritarios de Irán y Siria, menospreciados y estigmatizados como parias regionales, han decidido hacer valer sus peones en la zona para mostrar que no están dispuestos a que se prescinda de ellos. Si bien la influencia exacta que ejercen sobre Hezbollah y Hamas es objeto de debate, el apoyo logístico, político y militar que les prestan es indiscutible. Irónicamente, estos grupos islámicos armados, reducidos a «terroristas y nada más que terroristas» por el discurso oficial, han afianzado su poder legalmente como resultado de la estrategia de «democratización» de los Estados Unidos en la zona y lanzan ahora su propia ofensiva. Unidos por las circunstancias, una dictadura sunnita laica (Siria) y un gobierno teocrático chiita (Irán) comparten intereses con un grupo armado sunnita (Hamas) y uno chiita (Hezbollah). Juntos se benefician con la debilidad de EE.UU., empantanado en Irak, y con la impotencia de los gobiernos árabes tradicionales.

4. El statu quo árabe, fuera de juego. La otra cara del escenario regional la conforman los tradicionales garantes del statu quo: Egipto, Jordania y Arabia Saudita. Los tres principales amigos de EE.UU. en la región deben hacer frente a la mayor ofensiva que el islamismo radical jihadista haya lanzado nunca contra los regímenes árabes establecidos. Además, asisten preocupados al llamado «resurgir chiita» en la zona, alimentado por la ofensiva iraní, por el liderazgo regional y el despertar chiita en el Irak post-Saddam.

Ante semejante panorama, se ven obligados a caminar por la cuerda floja entre una población que, en general, apoya la resistencia armada contra Israel y la condena de las acciones de grupos como Hezbollah, que ponen en riesgo sus intereses. Atrapados entre los tanques israelíes y las incursiones de Hamas y Hezbollah, el gobierno de coalición libanés y la presidencia palestina caen inevitablemente del lado de los perdedores de la crisis.

5. Estados Unidos, de actor a espectador. En 1993 y en 1996, EE.UU. fue el artífice directo de sendas treguas entre Israel y Hezbollah. Esta vez, George W. Bush se ha visto limitado a «pedir a Siria que pida a Hezbollah» que detenga los ataques, mientras concedía carta blanca a Israel en su ofensiva. La superpotencia ya no puede apaciguar la región. Paga así por los errores de la administración de Bush.

Al derrocar a Saddam y desmontar el régimen talibán en Afganistán, EE.UU. ha eliminado a los vecinos que más molestaban a los ayatollahs en Teherán. Su doctrina antiterrorista ha neutralizado además los canales de comunicación con actores locales que en el pasado garantizaban una gran influencia a EE.UU. en el conflicto regional. Y sobre todo, con la catastrófica decisión de invadir Irak, ha desmontado el mito de su propia invulnerabilidad militar envalentonando a sus enemigos y empujando a Israel a «resolver sus propios asuntos».

Por Borja Bergareche
Para LA NACION

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