Primero. Porque Israel es la clarísima víctima de una nueva agresión y lo moral es respaldar a las víctimas. Israel abandonó Gaza, y Hamas secuestró a uno de sus soldados y lanzó sus ataques con rockets. Poco después, una lluvia de cohetes de corto y medio alcance lanzada desde el sur del Líbano por los terroristas de Hezbolá cayó sobre el país, provocando bajas en la población civil. Varios militares resultaron asesinados. Israel no está atacando: se está defendiendo. Tiene el derecho y el deber de hacerlo. Segundo. Porque si Israel no se defiende y no consigue proteger a sus ciudadanos, se repetirá la masacre de judíos que ya el mundo contempló (con bastante indiferencia) durante el nazismo. ¿Duda alguien cuál sería el comportamiento de un gobierno palestino integrado por Hamas y Hezbolá que consiguiera derrotar al ejército israelí y dominar el territorio? La amenaza de arrojar a los judíos al mar no es una metáfora, sino una ominosa promesa mil veces reiterada por los islamistas más radicales. Tercero. Porque derrotar y desarmar a Hezbolá le confiere al Líbano la oportunidad de existir como una sociedad próspera, pacífica y libre. Hezbolá, con su agresiva milicia armada por sirios e iraníes (más poderosa que el ejército libanés), no sólo intenta destruir a Israel: ya ha destrozado al Líbano precipitándolo a una guerra que la mayor parte de los libaneses no deseaba. Cuarto. Porque Israel es la única democracia plural y respetuosa de los derechos humanos que existe en el Medio Oriente. La única, por cierto, en la que los árabes, incluso los que detestan al Estado judío, votan libremente y forman parte del parlamento. La única en la que las mujeres de religión islámica estudian sin limitaciones, gozan de los mismos derechos de los hombres y no son tratadas como seres de segunda clase. Quinto. Porque la única solución a ese conflicto depende de la convivencia pacífica entre Israel y un mundo islámico que, finalmente, como sucedió con Egipto y Jordania, admita el derecho de ese Estado a existir, y parece que ello no va a ocurrir hasta que se abra paso la convicción de que no es posible destruir al Estado judío, algo que resulta mucho más claro si los enemigos de Israel perciben que el mundo libre respalda su integridad sin vacilaciones. Sexto. Porque detrás de Hamas y Hezbolá están las satrapías siria e iraní, dos regímenes enemigos de Occidente que divergen en el terreno religioso –Siria es una dictadura laica e Irán una dictadura religiosa–, pero que convergen en el odio irracional a las democracias liberales. Séptimo. Porque el éxito económico, político, científico y social de Israel tiene el potencial de convertirse en un modelo para la región. Los más sensatos árabes de Gaza o de la Autoridad Palestina, cuando contrastan la vida miserable que les imponen los matones de Al Fatah, Hamas o Hezbolá con el muy superior estilo de vida de sus hermanos palestino-israelíes, inevitablemente llegan a la conclusión de que la libertad y la racionalidad rinden dividendos. Octavo. Porque a todo el planeta le conviene eliminar a unos terroristas capaces de provocar una escalada del conflicto que puede derivar hacia una guerra devastadora. Irán está en camino de convertirse en un Estado nuclear, y su presidente, Mahmud Ahamadineyad, ha reiterado que el Estado hebreo debe desaparecer. Nadie duda de que, si lo intentara, Israel respondería en el mismo terreno y el resultado sería una catástrofe para la región y para el mundo. Noveno. Porque lo que anima a los aventureros a atacar a Israel es el doble lenguaje de los países de Occidente, la indiferencia y la falsa equivalencia, como si las acciones de unos terroristas desalmados que auspician a suicidas-asesinos para que vuelen autobuses escolares o disparan cohetes contra viviendas de civiles tuvieran la misma legitimidad que la respuesta de una sociedad que se defiende de esas agresiones. Décimo. Porque aquella lección de historia que nos explicaba que los fundamentos morales de la civilización occidental se encontraban en la tradición judeocristiana era cierta. En Occidente, Israel somos todos. Y si algún día Israel perece, será un poco la muerte de todos nosotros.
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