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Haifa: la vida nace bajo tierra

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Por Jana Beris.-Al nacer sus dos hijas, hoy de 31 y 26 años, creyó que de grandes, no tendrían que ir al ejército porque una vez crecieran ya se viviría de otra forma y no necesitarían mujeres en el servicio militar.

Pero hoy, siendo ya abuela de un niño que todavía no ha cumplido los dos años, Raquel tiene otra visión. Hoy, está segura de que tampoco su nieto verá la paz.

Esta uruguaya-israelí -que sigue hablando con nostalgia de su país natal y dice «tengo la suerte de tener dos países»- recibe a la BBC en el hospital Carmel de la ciudad de Haifa, donde trabaja desde hace 31 años.

Es la Directora General de Enfermería de los Servicios de Obstetricia, Pediatría y Neonatología. Y como tal, sabe que tiene una gran responsabilidad, especialmente estos días, en los que por los misiles disparados por Hezbolá desde Líbano, dichos servicios han tenido que instalarse bajo tierra.

Seguros

«Aquí, al menos, podemos sentirnos seguros, algo que no puedo decir respecto a la situación que reinaba cuando estábamos, como siempre estuvimos, en el piso séptimo del hospital», cuenta Raquel.

Al principio pensábamos que todo esto sería algo pasajero, puntual, pero cuando los misiles seguían cayendo, comprendimos que lamentablemente, no era así y que teníamos que organizarnos de otra forma

Raquel Waiter

Le deprime ver esa planta vacía, como abandonada, conociendo ella desde hace tanto su dinámica normal, pero sabe que no había más remedio.

«Allí las camas de las parturientas están junto a las ventanas y eso ya era un problema», cuenta Raquel, en evidente referencia a una de las primeras indicaciones de las autoridades de la Defensa Civil: cuando no hay posibilidad de bajar a un refugio subterráneo, lo primero que hay que hacer, es alejarse de las ventanas.

«Al principio pensábamos que todo esto sería algo pasajero, puntual, pero cuando los misiles seguían cayendo, comprendimos que, lamentablemente, no era así y que teníamos que organizarnos de otra forma», explica.

En menos de 24 horas, después de haber tomado la decisión de activar las salas de parto y el servicio de prematuros bajo tierra, todo había sido trasladado».

Afuera continúan sonando las alarmas que advierten que hay misiles katusha en camino hacia Israel, pero abajo, en el primer piso del Hospital Carmel, no se las oye.

Arriba, era diferente y cuando los partos tenían lugar durante la alarma, sin que evidentemente nadie pudiera correr a ningún lado, era muy difícil lidiar con la situación.

Hasta tuvo la mala suerte de que, cuando una amiga de una de sus hijas llegó a instalarse en el Carmel para dar a luz -creyendo que allí quizás estaría más tranquilo que en el Hospital de Safed- comenzó a sonar la alarma.

Aquí lo único que suenan son los monitores de los bebés hospitalizados, 14 en total -9 varones y 5 niñas-: los prematuros del servicio. Cada tanto, algún llanto decidido pide llamar la atención.

El futuro

Raquel no tiene dudas de que la vuelta actual terminará en cuestión de semanas, pero preferiría permanecer alerta y tener que recurrir a los refugios por más tiempo, si ello significa que se termina realmente con la amenaza.

Tami y Uri temían por su bebé cuando era atendida en los pisos altos del hospital.

«Quisiera saber que el gobierno planea las cosas mirando hacia adelante, no sólo a lo que pasa hoy, pero no estoy segura de que así sea», comenta.

Respecto a su desencanto con aquel sueño de que sus hijos crezcan en paz, señala que lo toma con rabia, pero también con la convicción de que hay que seguir adelante y que no hay lugar para la desesperación.

En una de las cunitas -entre las que también se mezclan varias incubadoras- junto a la cabecita del bebé hay una foto de un hombre de edad. Pensamos que ese abuelo quiere cuidar bien de cerca a su nieto, comprendiendo recién después que se trata de un abuelo fallecido.

«Tal como están las cosas, no está de más que lo cuide desde arriba», comenta Raquel.

Uno de los prematuros es Ziv, una bebita de 3 semanas, que está en brazos de sus felices padres, Tami y Uri, de 30 años. Dado que Ziv debe seguir internada hasta que crezca más, la guerra les provocó gran angustia.

«Al principio era terrible, queríamos salir corriendo», cuenta Tami. Ahora, saben que bajo tierra, de todos modos, está segura. Estos padres primerizos, miran a su pequeña realmente embelesados.

«Es chiquitita y muy linda», balbucea Uri en el español que recuerda después de haber estado unos meses, como mochilero, en América Latina.

Y la pregunta de qué le desea a Ziv para su futuro, responde sin dudar: «Que crezca en un Israel de paz».
BBC.-

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