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El respaldo de Bush a Israel, cuestión de política interna

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El apoyo del presidente George W. Bush a la ofensiva israelí contra Hezbollah fastidia a los líderes de Europa continental y de China que buscan acordar un cese inmediato de las hostilidades. Pero responde a múltiples factores de la política interna norteamericana y, en menor medida, a sus objetivos de política exterior, coinciden los analistas.

En un año de elecciones legislativas en el que cada paso es sopesado con extremo cuidado, el 47% de los estadounidenses considera que la Casa Blanca ha tomado hasta ahora las decisiones correctas en el conflicto, contra el 27% que las reprueba, según The New York Times y CBS News.

El índice es el más alto que recibió Bush en meses, muy por encima del respaldo que recibe en todos los demás frentes. Los norteamericanos lo consideran un mal presidente y son pesimistas en cuanto a la economía y a la situación en Irak. Pero lo apoyan cuando se trata de Israel. ¿Por qué?

«El tenor de las relaciones entre Israel y Estados Unidos es no sólo muy positivo, sino también muy profundo», afirman los analistas Michael Bard y Daniel Pipe en un estudio para la revista Middle East Quaterly. Entre otros puntos, mencionan los estrechos vínculos en las áreas de política exterior, la cooperación estratégica, lazos económicos, conexiones intelectuales, valores compartidos y dimensión religiosa.

Así es como, por ejemplo, Israel apoya hasta el 95% de las iniciativas que cada año impulsa Estados Unidos en las Naciones Unidas (ONU), muy por encima de aliados como Gran Bretaña, mientras que los norteamericanos lo compensaron vetando 32 resoluciones contrarias a los israelíes desde 1982.

Israel se destaca como una democracia liberal en una región de gobiernos monárquicos, autoritarios o fundamentalistas, vistos como caóticos, peligrosos o corruptos. «Israel es el único régimen confiable en la zona para Estados Unidos», dice el analista del Instituto de Estudios sobre Israel de la Universidad de Denver, Shaul Gabbay.

La irrupción mediática de Al-Qaeda, ayer, con la advertencia de que podría sumarse a Hezbollah en los combates, acentuó la solidaridad local hacia los israelíes, que figuran entre los aliados monolíticos de Estados Unidos. Primero, durante la Guerra Fría; luego, durante la primera Guerra del Golfo y, desde el 11 de Septiembre, en la llamada «lucha global contra el terror».

El conflicto abierto en el Líbano le permite además a la administración republicana lanzar una apuesta propia con tropas ajenas. Espera que los israelíes debiliten a Hezbollah y que pongan a la defensiva a Siria e Irán.

Nuevo Medio Oriente

La meta final de la Casa Blanca es aún más ambiciosa, según dijo la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, durante su viaje al Líbano e Israel. Señaló que la crisis ofrece una oportunidad para el nacimiento de «un nuevo Medio Oriente», es decir, instalar democracias como se intenta en Irak.

«Desde la perspectiva de Washington, apoyar a Israel mientras se garantiza la seguridad de la provisión petrolera del Golfo ha sido un camino muy duro de transitar», dice el historiador del Medio Oriente, Ruhi Ramazani.

Su apoyo a Israel le ha deparado a Estados Unidos el odio de los fundamentalistas islámicos, que lo acusan de ser excesivamente parcial y permisivo con Jerusalén, lo que también es planteado aquí por algunos académicos de primer nivel.

«El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos» es el título del ensayo que publicaron los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt, de las universidades de Chicago y Harvard, en marzo pasado. Cuatro meses después, la polémica sigue en aumento.

Mearsheimer y Walt concluyeron que la «relación especial» con Israel le deparó más problemas que beneficios a Estados Unidos. Pero se mantiene «por el poder sin rival del lobby israelí», en especial, del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí.

Pero basta una irrupción de Al-Qaeda para que norteamericanos e israelíes vuelvan a cerrar filas.

Por Hugo Alconada Mon
Corresponsal en EE.UU.
La Nacion

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