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Vidas de israelíes y palestinos en «Plaza Sésamo»

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Ramallah. Gaza. Jerusalén. Hebron. Esos son los campos de batalla familiares del conflicto palestino—israelí. Otro lugar ingresó ahora a ese mapa, un lugar donde se supone que siempre hay sol, que el aire es límpido y que todo está bien: Plaza Sésamo.

El programa televisivo infantil empezó a emitir hace cuatro años una coproducción palestino—israelí que nació tras los acuerdos de Oslo de 1993. Esa colaboración produjo 70 programas de media hora, cada uno de los cuales tenía segmentos en hebreo y en árabe. En el marco de un nuevo acuerdo de coproducción, sin embargo, que ahora comprende a los jordanos, el proyecto empezó a experimentar problemas.

El nombre «Sesame Street» se cambió por el de «Sesame Stories» (Historias de Sésamo), debido a que la idea de un lugar donde personas y muñecos de esos tres grupos pudieran interactuar libremente pasó a ser insostenible.

Los programas originales giraban en torno de la idea de que los niños israelíes y palestinos (al igual que los muñecos) podrían hacerse amigos. En este momento, y como reflejo del ánimo sombrío que reina en Oriente Medio, los productores apuestan a ayudar a los chicos a humanizar a sus enemigos históricos mediante historias separadas pero paralelas.

«Nos dimos cuenta de que el objetivo de la amistad no era realista en las circunstancias actuales», dice Charlotte Cole, vicepresidenta de investigación internacional de Sesame Workshop en Nueva York.

Otros problemas surgen a partir de cuestiones prácticas. Los palestinos ya no viajan a Tel Aviv para trabajar en el programa. La relación creativa —que tiene lugar en reuniones cerca de Londres y Nueva York— es sumamente frágil. La frase de cada muñeco puede resultar incendiaria.

Los participantes no pueden ponerse de acuerdo respecto de cuándo emitir los episodios, o si hacerlo.

Los israelíes quieren transmitirlos en cuanto estén terminados, tal vez a principios del año próximo. «Tenemos que encontrar la manera de abordar la realidad con los niños, ya que los adultos no se las están arreglando muy bien para solucionarla», declara Alona Abt, la productora ejecutiva israelí.

Sus colegas palestinos, sin embargo, señalan que no tiene sentido emitir una serie que impulse la tolerancia hasta que se firme un acuerdo de paz.

«En la actualidad, los chicos palestinos no pueden apreciar, entender, absorber ni reaccionar de manera positiva a los objetivos que queremos plantear», dice Daoud Kuttab, el productor ejecutivo palestino. «Se les está predicando tolerancia con los israelíes cuando tienen tanques israelíes frente a sus casas», sostiene.

La producción, sin embargo, siguió adelante, a veces con una mezcla surrealista de buena voluntad.

«En las circunstancias actuales, no podemos más que tratar de humanizar y desmitificar», opina la doctora Cole, «mostrar que los otros también juegan o que disfrutan de la compañía de sus abuelos. Una vez que se alcanza ese grado de humanidad, odiar se hace mucho más difícil».

El proyecto cuenta con 8 auspiciantes, todos ellos norteamericanos con las únicas excepciones de la Unión Europea y la Fundación Kahanoff de Canadá. Lograron reunir 6 de los 7 millones de dólares necesarios para completar 26 programas de cada una de las tres partes. El principal auspiciante es la Fundación Charles H. Revson.

A partir del 11 de setiembre —cuando se produjeron los ataques contra las Torres Gemelas, en Nueva York— los viajes se transformaron en una pesadilla para muchos de los participantes, a quienes preocupa la posibilidad de viajar en avión o la sola idea de abandonar su país.

Lo que hacen es hablar permanentemente por teléfono y comunicarse vía e-mail para analizar tramas y personajes.

Guionistas y productores israelíes, jordanos y palestinos se reunieron hace poco en la sede de Manhattan de Sesame Workshop. En esa reunión, los integrantes de los distintos equipos festejaron los chistes de los demás durante la conversación.

A la hora del almuerzo, Jill Gluckson, la supervisora de producción de Sesame Workshop, asintió al ver a dos israelíes charlando amistosamente con un guionista jordano. «Esta gente quiere que sus hijos vivan una experiencia diferente», dijo. «Podríamos abandonar este proyecto, pero entonces ya no habría esperanzas», opinó.

¿Quijotesco? Sin duda, sobre todo en un lugar del mundo donde muchos consideran que buscar rasgos humanos en el enemigo constituye una traición. Pero la doctora Cole pregunta: «¿Qué alternativa nos queda? ¿No arriesgar nada?».

La primera colaboración palestino—israelí, que comenzó en épocas más alentadoras, necesitó una buena cuota de negociación, sobre todo respecto de las circunstancias en que Kipi y Dafi, un puercoespín y un monstruo israelíes, conocerían a Karim y a Haneen, un gallo y un monstruo palestinos.

En ese momento la cuestión central era que los muñecos israelíes no podían aparecer así nomás en territorio palestino, ya que ello recordaría demasiado los asentamientos israelíes. Era necesario que se los invitara. Tanto entonces como ahora, los participantes tenían motivaciones prácticas e idealistas a la vez.

Para los palestinos, cuya industria televisiva es muy nueva, los programas significaron una oportunidad poco común de aprender animación, títeres y otros elementos de producción de los especialistas del Sesame Workshop. Los israelíes tienen su propia versión en hebreo de «Plaza Sésamo» desde 1982.

TRADUCCION: CECILIA BELTRAMO

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