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Por Yossi Beilin

ANTE TODO, JUDÍO
Por Yossi Beilin

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La tormenta desencadenada en el mundo judío por las afirmaciones de A.B. Yehoshua me recuerda la agitación despertada por mis palabras hace una década, cuando señalé que sería mejor que los judíos del mundo invirtieran su dinero en la continuidad judía y la financiación de visitas a Israel, y no en el apoyo al Estado de Israel, que es un país sólidamente asentado. Mis palabras de entonces fueron interpretadas como el deseo de un israelí de desvincularse de los judíos de la diáspora, en lugar de entender que se trataba de una exhortación casi desesperada a asegurar juntos la continuidad del pueblo judío, y a no conformarnos con el envío de cheques a quienes pueden vivir sin ellos. También ahora, al reaccionar a las declaraciones de Yehoshua de que sólo Israel puede sostener una vida judía plena, hubo quienes arguyeron que Israel no podría existir sin la diáspora, porque ella garantiza la ayuda económica y política. No hay mayor tontería que ésa: un país con 13.000.000 de judíos es mucho más significativo para el futuro del pueblo judío que todos los esfuerzos de AIPAC (que en parte ayudan a Israel, y en parte le producen un gran daño) y la ayuda de la Campaña Unida y los Bonos.
Soy laico como Yehoshua, y como él creo que la auténtica realización del sionismo consiste en la normalización, es decir, en llevar una vida normal en Israel, el marco en el que los judíos pueden vivir como personas capaces de autorrealizarse. A diferencia de Yehoshua, me considero ante todo judío y después israelí, si bien debo confesar que esa distinción es meramente intelectual y que carece de sentido práctico en mi vida privada, porque nunca he debido optar por una de las posibilidades, y supongo que nunca deberé hacerlo.
Mi judaísmo es mi familia amplia, a la que amo y de la que me enorgullezco, porque he nacido en su seno. Siempre me alegra encontrarme con un primo lejano, me complace oír hebreo, ídish o ladino en lugares inesperados, y me conmueve hasta las lágrimas oír que alguien pronuncia Shma Israel en algún confín del mundo, porque ésa es la contraseña de mi familia amplia. La religión, la tradición y los numerosos textos judíos forman parte de nuestra autodefinición, y aunque no constituyan una cosmovisión absoluta y definitiva, es importante que nos ocupemos de ellos porque profundizan la identificación judía.
La enorme ventaja de Israel consiste en su mayoría judía, y por eso no existe el peligro de la asimilación. Quien atribuye importancia a la continuidad judía tal como yo lo hago, deberá hacer un gran esfuerzo para preservarla en la diáspora. Entre otras cosas, se verá en la sinagoga de una corriente u otra, aunque sea una persona totalmente secular. En Israel uno puede apartarse del culto religioso y saber que sus hijos seguirán siendo judíos, porque están en un contexto judío, hablan hebreo y estudian temas relacionados con el legado judío desde el jardín de infantes hasta la universidad (aunque seamos críticos con la cantidad y la calidad de dichos estudios).
Como intelectuales judíos y líderes del judaísmo mundial preocupados por la continuidad judía, nuestra misión no puede limitarse a frases como «vengan a Isarel, o desapareceremos». Debemos reinventarnos a nivel ideológico y organizativo para asegurar la continuidad judía en un mundo que, a pesar de todos los fenómenos de antisemitismo, está dispuesto a sonreír a los judíos tal como nunca lo había hecho, y en el cual formar pareja con un judío no es una desgracia sino, en algunas ocasiones, una gran bendición.
La aliá a Israel es la solución más efectiva, pero es práctica sólo para unos pocos de los países más favorecidos. Cuando promoví el proyecto Birthright, lo hice porque estimaba que Israel debe ser el punto de encuentro del pueblo judío como parte del esfuerzo para asegurar la continuidad judía. Su éxito debe convencer al gobierno israelí y a las comunidades judías del mundo para ampliarlo de manera tal que no haya ningún joven judío que quiera visitar Israel y no pueda hacerlo.
El judaísmo laico debe definir qué es para él ser judío; no se puede conceder el monopolio de esta definición al judaísmo religioso. No es posible que un hijo de padre judío que quiera definirse como judío, sea rechazado y se le exija que pase un proceso de conversión religiosa. No puede ser que quienes contraen matrimonio con judíos y se consideran judíos, deban pasar un proceso de conversión religiosa, aunque sean, por ejemplo, agnósticos.
Es necesaria una reorganización profunda en el mundo judío. No puede ser que la Agencia Judía sea la organización judía mundial, que la Organización Sionista Mundial actúe como si aún no se hubiera creado el Estado judío, y que la representación judía en los EE.UU. siga siendo la Conferencia de Presidentes, en la que una parte considerable de las organizaciones afiliadas no son más que casillas de correo vacías.
Se debe crear una organización judía mundial en la que se genere un diálogo auténtico sobre la continuidad judía, en la que se promuevan proyectos novedosos y adecuados a los avances tecnológicos del siglo XXI, y que brinde respuestas a los interrogantes sobre la existencia de nuestra familia amplia, aun en situaciones en las que no es perseguida, no vive en un gueto y no debe enfrentarse con el numerus clausus. La iniciativa elevada por el Presidente Moshe Katzav puede abrir nuevas esperanzas para crear un marco mundial relevante. El aporte de Yehoshua, ya sea que acordemos con él o que no lo hagamos, ha despertado al tema de la continuidad judía de su letargo, y sólo cabe agradecerle por ello.

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