El crimen fue uno de tantos que se sumaron al Holocausto: campesinos en la Polonia ocupada por los nazis asesinaron a seis miembros de una familia judía próspera para apoderarse de sus bienes.
Y ése podría haber sido el fin de la historia, una gota en el océano del genocidio hitleriano, si un empresario israelí no hubiera sentido a los 57 años el impulso de conocer la suerte de su abuela Gitl y sus cinco hijos, que de haber sobrevivido habrían sido sus tíos.
En ese proceso, Rony Lerner descubrió que las heridas siguen abiertas, 60 años después.
La búsqueda lo llevó a una aldea polaca donde conoció a un hombre de 92 años, el último sobreviviente de los presuntos sospechosos del crimen.
«Aparentemente quería una reconciliación, porque extendió los brazos como para abrazarme», dijo Lerner. «Lo aparté con asco».
La historia comenzó en 1942, en lo peor de la persecución nazi de los judíos polacos, cuando los Lerner fueron internados en un gueto. Un oficial nazi mató a tiros al esposo, la hermana y uno de los hijos de Gitl.
Otro hijo, Yitzhak Lerner, vivía en Varsovia, donde ocultaba su origen judío. Convenció a campesinos polacos de la aldea de Przegaliny que sacaran a su familia del gueto, aparentemente mediante sobornos. Después de la guerra, Lerner denunció a las autoridades polacas que los campesinos cobraron «una gran suma» por ocultar a la familia, y presionaron a Gitl para que les entregara todos sus bienes. Sabían que la familia poseía una panadería y además vendía máquinas de coser.
Cuando la mujer de 45 años se quedó sin bienes para entregarles, violaron a sus hijas de 20 y 22 años. Finalmente mataron a una hija a puñaladas y al resto de la familia a tiros, junto con dos niños que habían escapado con ellos del gueto.
En la época de ese crimen, la ocupación nazi se abocaba al exterminio de los 3,5 millones de judíos. Aunque los polacos no participaron directamente del aparato nazi, «el asesinato de judíos por sus vecinos polacos era bastante común», dice Jan Gross, especialista en historia polaca en la Universidad de Princeton que ha escrito mucho sobre el tema.
«Era un fenómeno singular que se producía en el campo», particularmente en el distrito de Lublin, donde vivían los Lerner, dijo Gross en entrevista telefónica.
Después de la guerra y de presentar su denuncia, Yitzhak Lerner emigró a Palestina. En 1948 se proclamó el Estado de Israel, y él tuvo un hijo, Rony.
Como muchos hijos de sobrevivientes, Rony Lerner no solía interesarse por la historia familiar ni le hacía demasiadas preguntas a su padre. Pero después de la muerte de éste, hace tres años, viajó a Varsovia, donde conoció la denuncia presentada por su padre. Contenía declaraciones de aldeanos y los nombres de cinco sospechosos, de los cuales sobrevivía uno, Jozef Radczuk.
Lerner contrató investigadores que se hicieron pasar por historiadores para entrevistar y filmar a Radczuk y otros aldeanos en Przegaliny, cerca de donde vivían los Lerner. El resultado fue un documental, difundido por la televisión israelí el mes pasado.
En presencia de Lerner, Radczuk dijo que había asistido a las violaciones y asesinatos en la propiedad de un agricultor llamado Franciszek Uzdowski.
En la película, Radczuk condenó los asesinatos y mostró a las cámaras el lugar donde estaban enterrados los cuerpos, cerca de un chiquero. Luego fueron exhumados para enterrarlos en el cementerio de la aldea.
Cuando le dijeron que Rony Lerner estaba a su lado, Radczuk trató de abrazarlo.
«No lo haga», dijo Lerner, hablando en inglés, con los ojos llenos de lágrimas de furia. «Usted mató a mi abuela y a cinco de mis tíos y tías».
Según Lerner, Radczuk les mostró luego a él y a los investigadores el segundo lugar de entierro y habló de los «perros judíos» enterrados allí.
Desde que la historia apareció en la prensa polaca en abril, la familia de Rudczuk ha impedido toda entrevista con él.
Uzdowski fue detenido por el crimen, pero aparentemente no fue condenado, y murió hace muchos años.
Lerner dijo a la AP que Radczuk fue acusado por su participación en ese crimen y por presuntamente delatar a varios judíos a los nazis, pero los cargos fueron levantados por falta de pruebas, según los fiscales.
Haya o no castigos después de tantos años, el caso es importante porque el nieto de Gitl Lerner ha descubierto más sobre la suerte de su familia que la mayoría de los descendientes de víctimas del Holocausto, dice Efraim Zuroff, director de la oficina israelí del Centro Simon Wiesenthal.
«Esto es sumamente raro», dijo Zuroff. «Hemos puesto nombres y caras a los asesinatos».
Enl Nuevo Herald