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Por Abraham B. Yehoshua*

El largo duelo del Holocausto
Por Abraham B. Yehoshua*

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La suerte de los judíos en esa guerra era más bien una cuestión secundaria, envuelta en nebulosa, fruto de la falta de información. Pero también es cierto que se debía a una falta de voluntad por informarse debido a la impotencia que se sentía.

Al poco tiempo de terminar la guerra empezó a haber en Palestina grandes manifestaciones en contra del gobierno británico por prohibir la entrada a los refugiados judíos, sobrevivientes del Holocausto que se habían quedado sin hogar.

Recuerdo el día en que en Jerusalén comenzaron a difundirse las primeras octavillas en contra de los ingleses, unos aliados en la guerra que ahora se habían convertido en gobernantes despiadados. Esas octavillas sobrevolaban las calles de Jerusalén y entraron en el portal del edificio en el que vivíamos. Me recuerdo bajando corriendo por las escaleras y repitiendo una de ellas: «Hemos perdido en Europa a seis millones de nuestros hermanos —decía— y por eso no nos quedaremos quietos ni renunciaremos al derecho que tienen los refugiados a regresar a su patria».

Desde entonces ese número —seis millones— pasó a ser una especie de código lleno de horror.

La víspera de la creación del Estado de Israel había en Palestina tan sólo unos 500.000 judíos, por lo que cada judío que pudiera llegar era importante para la estructuración del joven Estado. En cambio, en una guerra que dura apenas seis años, el pueblo judío pierde de golpe a un tercio de su población: seis millones.

No obstante, ese terrible número que entonces empezaba a planear sobre nuestra cabeza se quedó en parte oculto y aquella gran tragedia pasó a ser algo lejano y abstracto. La guerra de Independencia, que comenzó en 1947, en cuanto se aprobó la resolución de las Naciones Unidas por la que se dividía Palestina en dos Estados, hizo que el Holocausto se metiera en un cajón lleno de horror.

El joven Estado judío estaba luchando por su supervivencia y se necesitaban todas las energías. Transcurrieron siete años desde el fin de la Segunda Guerra para que el Estado judío fijase un día oficial en memoria de las víctimas del Holocausto.

Pero no sólo los judíos que no vivieron el Holocausto en Europa tardaron en buscar formas de mantener viva la memoria de las víctimas, sino que los propios sobrevivientes tampoco se apresuraron a hacerlo. Había una especie de pacto. Callar, borrar, no hablar, no fuera que pensar en ello los paralizase hasta tal punto que no les permitiera enfrentar los retos de la vida.

No creo que borrar aquello inconscientemente resultara negativo para los judíos de Israel y de la diáspora. Pienso que si apenas terminado el Holocausto hubieran vivido el dolor y la rabia y hubiesen hurgado en el trauma que como personas y como pueblo habían sufrido, se habrían hundido en depresión y se habrían visto tan impotentes que ello les hubiera impedido reponerse. Por eso, reprimir aquella experiencia fue muy importante para que se pudiera entrar en un proceso por el que lograran superarla.

Esa represión psicológica empezó a reducirse poco a poco a principios de los años sesenta. Primero, en los círculos de los sobrevivientes y familiares, y lentamente comenzó a darse en otros círculos, la mayoría judíos. Ultimamente estamos siendo testigos de un fenómeno impresionante de concientización del Holocausto en otros pueblos. En muchos lugares se abren museos sobre el Holocausto, se fija en el calendario de muchos países una fecha oficial en memoria a las víctimas.

La cifra impersonal y abstracta de seis millones se va precisando en nombres propios, biografías, testimonios detallados, literatura, teatro, cine, todo un material enorme y variado que intenta abarcar toda la complejidad de lo que fue y supuso el Holocausto. Objetos personales de los muertos en él se convierten en valiosos objetos de museo: zapatos, maletas, camisas… El arte moderno les otorga a estos objetos un valor estético tremendo.

Los judíos se hallan ahora en las entrañas del duelo por el Holocausto. Un duelo que no se acaba. Y esa represión psicológica de antes no sólo está desapareciendo en las víctimas y sus descendientes, sino que el Holocausto está ocupando un espacio en las emociones y en la mente de las nuevas generaciones. No obstante, aún queda una fase: el debate intelectual para comprender cómo y por qué nos ocurrió eso, cómo no nos dimos cuenta del abismo que nos estaba aguardando. Es el debate en torno a la esencia de la identidad judía, debate que apenas ha comenzado.
*Escritor israelí, inspirador del Movimiento Paz Ahora
Clarín y La Vanguardia

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